miércoles, 10 de marzo de 2010

LA CAMA DE PANDORA

SEXY RELATO


(Ilustración: Luci Gutiérrez)
Sonrojando al ginecólogo
Parece mentira que todavía me ocurran estas cosas. ¡Qué vergüenza, por Dios!

Acabo de volver del ginecólogo y, después de lo que ha pasado, seguro que ha puesto un asterisco al lado de mi nombre para replantearse las consultas cuando me toque ir otra vez. Y eso que el pobre es nuevo. Vaya recibimiento...
Os cuento. La semana pasada pedí cita para mi revisión anual con mi médico de siempre.

—"Lo siento Pandora, pero don Pascual se ha jubilado. Te puedo dar cita con el doctor Fernández, que es su sustituto". Y yo, que no soy especialmente remilgada con quien inspeccione mis bajos (el anterior era ginecólogo militar y, en lugar de hacerme una revisión, prácticamente me pasaba revista), le dije a Sofía, la enfermera, que sí.

No tengo que lamentar experiencias traumáticas personales, no me disgusta ir al revisión, pero recuerdo como si fuera ayer el día que acompañé a Elena al médico para que le retirara el DIU, un año y medio después de ponérselo.
Teóricamente no tenía que habérsele movido del sitio, pero el buen señor no llegaba con los dedos y no se le ocurría qué más meterle para alcanzar los hilillos del minúsculo invasor.
—"¿De verdad te lo puse tan arriba?", repetía mientras hurgaba dentro de la pobre mía con un instrumento que parecía un híbrido entre una aguja de ganchillo y una de punto.

Pero lo de hoy ha sido otra cosa. Directamente, responsabilidad mía, porque a nadie se le ocurre llevarse una novela erótica ("La almendra", de Nedjma, a la sazón) a la sala de espera del ginecólogo, sabiendo que, cuando menos te lo esperes, te vas a tener que abrir de piernas.
Y claro, con párrafos tan explícitos como éste: "(...) yo, Badra, declaro no tener otra certeza que ésta: soy yo quien tiene el coño más precioso de la tierra, el mejor dibujado, el más opulento, el más profundo, el más cálido, el más baboso, el más ruidoso, el más perfumado, el más cantarín, el más aficionado a las pollas cuando las pollas se yerguen cual arpones". Al final pasa lo que pasa: que una se anima, se crece, se viene arriba y moja las bragas, el pantalón y hasta la silla.

Estaba yo en la parte de la orgía en casa de las amigas del protagonista, cuando se abrió la puerta y salió Sofía.
—"Pandora, pasa".

El doctor Fernández es mucho más joven de lo que esperaba. No es especialmente guapo, pero tiene un algo que no tengo ni la más mínima intención de averiguar qué es. Y menos después de lo de hoy. Me hizo sentarme y se tomó su tiempo mientras me hacía la ficha.
—"¿Qué método anticonceptivo usa? ¿Tiene pareja estable? ¿Cuántas parejas distintas ha tenido en el último año?".
En fin, como si llevara una lista... La pobre Sofía, que me conoce desde hace años, me miraba ruborizada de reojo.

Ya en el potro, el buen doctor se afanó en buscar bultos en mis pechos y casi se araña la mano con mis pezones, que todavía recordaban los capítulos que había leído y estaban duros como el diamante.
—"Hay que ver cómo está el tiempo". La frase no es muy buena, lo sé, pero no se me ocurrió otra cosa para distraerle mientras se sentaba con la cabeza entre mis piernas para palpar (metódicamente) mis partes bajas.
—"Sí. Ya veo que ha llovido...". El comentario no habría tenido nada de especial, si no llega a ser porque, en ese momento, el hombre tenía dos dedos enguantados untándose de flujo en mis labios menores y, desde mi posición, veía una arruga en su frente no sé si de sorpresa o de incredulidad.

"Si me mira ahora, me muero de vergüenza", pensé. Pero aquí me tenéis, así es que parece que la vergüenza no es causa directa de mortalidad, porque lo siguiente ya fue el remate. Y es que, después de la exploración visual y manual, llegó la temida hora de la citología, que es cuando el médico se abre paso con una especie de gato de plástico que separa las paredes de la vagina para tomar muestras de tejido.
Cuando el maldito aparato, después de resbalar tres veces con todo empapado como estaba, por fin se quedó fijado, el doctor Fernández levantó la cabeza y la muestra con una sonrisa triunfal y me preguntó con sorna:
—"No te estaré haciendo daño, ¿verdad?".
—"Mmm, no".
—"Bueno, pues no te preocupes, que de lo siguiente no te vas ni a enterar", dijo mientras le colocaba un preservativo al ecógrafo y me lo introducía en la vagina con cuidado, pero sin encontrar oposición ni resistencia.
—"¡Doctor, el lubricante!". La pobre Sofía se había quedado con el tubo a medio camino.
—"Deja, que no hace falta. ¿A que no?".

No sé si, de tanta tensión, me tiembla la cabeza y me duelen las piernas o es al revés. Menos mal que tengo un año entero por delante antes de volver por aquí para terminarme el libro (éste y los otros cuatro o cinco del mismo tipo que tengo en cola). A ver si me acuerdo de apuntar en la agenda que, para la próxima cita, mejor me traigo el periódico, la declaración de la renta o el manual de yoga.
Quita, quita, el manual de yoga no, que tiene unas posturas...


Gracias:
Pandora Rebato
http://www.elmundo.es/elmundo/2010/03/09/gentes/1268137007.html
♪♪♪♪♥

No hay comentarios.: