domingo, 22 de febrero de 2009

Arte 7

Estos cuadros los pinta una niña


(Fotos: El Pais/El águila)

La australiana Aelita Andre sólo tiene dos años y sus obras ya cotizan en una galería de Melbourne. Hoy se prepara para su primera exposición individual. ¿Estamos ante un nuevo prodigio del arte o simplemente se trata de una broma para vender cuadros a 2.000 euros?
Es de noche en Melbourne (Australia) y Aelita Andre no está para entrevistas. Sólo tiene dos años y es incapaz de articular una frase con sentido. Ya es hora de que se vaya a la cama. Sus padres aún tardarán un rato en conseguir que se duerma. Después volverán con nosotros para ejercer de portavoces. Mientras tanto, queremos proponerle un juego: aparte por un momento los ojos de esa foto de la derecha, donde aparece una niña vestida con su pijama rosa y las manos embadurnadas de pintura al óleo y acrílicos. Enfoque su mirada únicamente hacia las imágenes que ilustran esta página. Repare en sus formas abstractas, en las combinaciones de color. Tómese su tiempo. Piense sólo en estos cuadros. Intente valorarlos con independencia de su autoría.

Se acabó el juego. Usted está ahora ante la misma situación en la que se encontró Mark Jamieson, director comercial de la galería Brunswick Street de Melbourne, a finales de octubre del año pasado. Fue entonces cuando la fotógrafa australiana Nikka Kalashnikova, madre de la protagonista de esta historia, llevó a su oficina los trabajos de una supuesta artista emergente llamada Aelita Andre. Él se interesó por aquellas pinturas hasta el punto de aventurarse a montar una exposición colectiva con algunas obras de aquella desconocida para principios de 2009. Mandó imprimir las invitaciones, organizó los preparativos del cóctel inaugural y se puso en contacto con los medios de comunicación locales. Días más tarde, la señora Kalashnikova le confesó que aquellos 15 lienzos cuyos vivos colores tanto le cautivaron habían sido concebidos por su hija de dos años.

Mark decidió seguir adelante con todo. Dejó colgadas las obras en su galería hasta finales de enero con el mismo nombre de la autora, pero desvelando su verdadera edad. Las medidas rondaban una media de 90×50 centímetros, con precios que oscilaban entre 180 y 2.000 euros. Algunas llegaron a venderse antes de la inauguración de la exposición y han levantado un formidable revuelo. ¿Estamos ante un nuevo prodigio del arte o se trata de una nueva broma a expensas del mercado?.

Los padres de Aelita han conseguido que se quede dormida. Un rato antes nos acercaron su vocecilla y sus llantos a través del auricular del teléfono. Prefieren tomarse un tiempo antes de responder a algunas preguntas por correo electrónico. Aseguran que su hija ya hacía estas cosas desde antes de comenzar a caminar. Solía entrometerse entre los esbozos de estos dos aficionados a la pintura y cineastas ocasionales que rondan la cuarentena. El verano pasado, cuando la nena tenía 19 meses, se convencieron del potencial de su trabajo y pusieron todos los materiales a su alcance. Hoy afirman que antes de cumplir dos años en enero, ella había pintado solita todos los cuadros que han formado parte de su primera exposición colectiva. Nikka Kalashnikova argumenta que ocultó al galerista en un primer momento la verdadera autoría de aquellos lienzos porque quería que su hija "fuera juzgada por sus propios méritos".

El catedrático de psiquiatría infantil Jaime Rodríguez Sacristán, hoy jubilado, ha accedido a nuestra petición de analizar un vídeo de Aelita colgado en la página web www.aelitaandreart.com, creada por sus padres, donde aparece dando rienda suelta a su creatividad. La pequeña desparrama tubos de pintura. Mancha sus manos. Las esparce por la tela. Y se ríe. "Parece algo excepcional, pero querría tener más datos provenientes de personas ajenas al entorno de esta niña, comprobar la veracidad de todo esto desde fuera y seguir su evolución", reflexiona Rodríguez Sacristán tras el visionado. "Lo que resulta difícil de creer es que antes de empezar a andar se pueda hacer algo con un valor artístico y formal".

(Todo es de color. Aelita es australiana, tiene dos años y derrocha su creatividad en el salón de casa de sus padres, Michael Andre y Nikka Kalashnikova. Ellos decidieron poner a su alcance todos los materiales el verano pasado, cuando tenía 19 meses y no paraba de entrometerse en los trazos de estos dos aficionados a la pintura y cineastas ocasionales. Ya ha vendido diez cuadros en una galería de Melbourne.)

Mark Jamieson, el galerista que ha puesto a la venta sus obras, ha defendido el valor artístico de su representada en declaraciones al periódico australiano The Age: "Es difícil juzgar el arte abstracto. Existe una aproximación formal y otra de forma libre que proviene de una base más intuitiva. Y si pensamos en esta última, quizá alguien de dos años pueda hacerlo también como alguien de 30". Lo que Jamieson no ha consentido es responder a El País Semanal sobre cuánto dinero se ha embolsado por la venta de estos cuadros en su galería, ni mucho menos pronunciarse sobre la posibilidad de que todo esto no sea más que una operación de marketing en la que él haya podido participar.

El director del Museo Nacional Reina Sofía, Manuel Borja-Villel, sí tiene una opinión sobre esta última cuestión: "A mí, esto me parece una clarísima estrategia de marketing, como la que ha podido realizar Damien Hirst al saltarse a los galeristas y poner su obra a la venta directamente en una casa de subastas. Y en estos artistas, el resultado suele ser más comercial que bueno". Borja-Villel también tiene respuesta para la afirmación de Jamieson sobre el arte contemporáneo: "Su argumento es erróneo, ya que no hay arte bueno que no sea culto; yo mismo llevé al Macba una exposición con obras de la colección Prinzhorn realizadas por enfermos mentales que, junto a los niños y a otras personas al margen de la sociedad, se convertirían en exponentes del art-brut. Lo bueno que puede tener el arte infantil es que su creación se halla aculturada, y lo que en este caso podría derivar en el desarrollo de unas aptitudes interesantes corre el riesgo de acabar reducido a un pequeño monstruo. Si el mercado ha sido capaz de destrozar carreras de artistas consolidados, me parece peligroso que toda esa maquinaria entre en la esfera de esta niña. Me provoca miedo. Y me da pena".

El escritor Carl Honoré, de 41 años, ha dedicado su último libro, Bajo presión (RBA), a analizar cómo educamos a nuestros hijos en un mundo hiperexigente. Una historia sobre por qué los adultos siempre tienden a controlarlo todo, sobre cómo han secuestrado la infancia de los niños de una forma nunca vista hasta ahora. La idea del argumento le sobrevino cuando una profesora le dijo un día que su hijo de siete años era un joven artista superdotado. "Pronunció la palabra mágica: superdotado. Se usa con demasiada alegría, cuando en realidad hay muy poca gente que la merezca. Sentí un vértigo terrible", recuerda Honoré por teléfono desde su casa de Londres. "Todos podemos perder la orientación en cualquier momento. Decir eso a un padre moderno puede llevarle a perder el sentido común. Tener una facultad, un don, ha dado paso a ser un superdotado como fin en sí mismo".

Honoré se ampara en metáforas del tipo padre quitanieves para definir a quienes marcan un camino perfecto en la vida de sus hijos. Se trata de la hiperpaternidad, algo que este autor ve reflejado en la actitud de los progenitores de Aelita. "Su caso es interesante. Subraya la obsesión de los padres por modelar y pulir a sus hijos, por explotar su talento hasta la última gota. Es el empeño por crear un niño diez. Aunque, por otra parte, ¿por qué negarle la posibilidad de ver sus obras en una exposición? Lo que pasa es que no se trata exclusivamente de la obra de una niña pequeñita. Alguien ha puesto a su disposición los materiales necesarios para ejecutarla, ha preparado las telas e impregnado el color de fondo de cada cuadro. De alguna forma, se ejerce una especie de dirección sobre ella".

sus padres se niegan a considerar que le presten ayuda de algún tipo. "Lo que sí hacemos es abrir los tubos de pintura, porque sus manitas no tienen todavía suficiente fuerza. Pero ella elige después cada color y lo esparce con sus manos, con sus pinceles y sus espátulas?. Michael Andre y Nikka Kalashnikova también ponen nombre a cada lienzo. Águila, Corona, La gran hormiga, Mi segunda primavera... Y proclaman: "Aelita ha echado por tierra el concepto del arte y amenaza a muchos creadores mayores que ella, de quienes estoy seguro que preferirían no tener que competir con una niña de dos años".

¿Qué están haciendo ustedes con el dinero recaudado tras las ventas de la exposición?

Está guardado en un fondo destinado a su educación, para que haga uso de él cuando ella sea mayor.

"Mi hija volverá a coger el pincel mañana", sentencia con orgullo Kalashnikova. "Ahora está enfrascada en un cuadro muy grande. Y se prepara para su primera exposición individual, que se celebrará el próximo mes de abril en la misma galería". Algo que el director comercial de Brunswick Street Gallery, Mark Jamieson, ni confirma ni desmiente; simplemente, dice estar harto de todo esto. Para el psiquiatra infantil Rodríguez Sacristán, "a estas edades evolutivas resulta imposible predecir lo que pasará con ella; puede que continúe desarrollando un talento o que abandone totalmente la pintura".

Aelita, en cambio, no tiene nada que decir. Nada, al menos, que podamos entender. Se ha quedado dormida, ajena a todos los circos que crecen a su alrededor sin que ella lo sepa.


Gracias:
Quino Petít,
♪♪♪♪♪

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