martes, 20 de abril de 2010

LITERATURA

20 AÑO CON MARK TWIAN



(Imagenes: El mundo)
Dentro de veinte años estarás más decepcionado por las cosas que no hiciste que por aquellas que sí hiciste. Así que suelta amarras. Navega lejos del puerto seguro. Atrapa los vientos alisios en tus velas. Explora. Sueña. Descubre. M.T.

El viajero del Misisipí

EL HOMBRE
Fue Samuel Langhorne Clemens hasta los 28 años, cuando se entregó de lleno a la pluma. Mark Twain fue el pseudónimo erigido a modo de barrera entre una vida intensa antes y después. Aderezada siempre con ironía, marca de la casa. «Dentro de 20 años estarás más decepcionado por lo que no hiciste que por lo que hiciste», dijo. Y se aplicó con rigor la premisa.

(Retrato oficial del escritor tras ser nombrado Doctor en Letras por la Universidad de Oxford)

Se cumplen ahora 100 años de la muerte del genial escritor que nació el 30 de noviembre de 1835 en Florida (Misuri), donde sus padres habían emigrado para estar cerca del 'tío John', un próspero comerciante dueño de una granja y unos 20 esclavos negros. También su padre se dedicó a la tierra, actividad muy lucrativa en un país en plena efervescencia expansionista. Eran los años de las grandes plantaciones de algodón, de los desgarradores cánticos de lamento... Y todo quedó plasmado en sus obras.

A los cuatro años, su familia se trasladó a Hannibal, pueblo ribereño del Misisipí que sirvió de inspiración para el San Petersburgo de Sawyer y Huckleberry Finn, sus grandes creaciones. Twain siempre bebió de su experiencia. A los 12 años quedó huérfano de padre, dejó los estudios y se empleó como aprendiz de tipógrafo. Así empezó a familiarizarse con las letras y pronto llegaron las primeras colaboraciones en redacciones de Filadelfia y Saint Louis. Pero el cuerpo le pedía cambios y pasados los 18 años decidió iniciar sus viajes en busca de fortuna. Fue piloto de un vapor fluvial —la actividad, confesó, que más feliz le hizo en su vida—, inspeccionó minas de plata, fue buscador de oro... Eran los años de la conquista del Oeste. Se habían descubierto metales preciosos en California y el país entero cambió su eje en busca de suerte. Pero, uno a uno, sus sueños se fueron frustrando: la Guerra de Secesión de 1861 interrumpió el tráfico fluvial, las minas de Nevada resultaron demasiado duras, y el oro tampoco apareció como esperaba.

LA TABLA DE SALVACIÓN DE LA LITERATURA
La pluma se convirtió en el modo más realista de ganarse la vida. Trabajó como periodista en varias cabeceras y le dio a la ficción hasta que en 1865, año en que termina la guerra salvando la unidad del país, le llegó su primer éxito: 'La famosa rana saltarina de Calaveras'. Lo firmaba Mark Twain, expresión del Misisipí que significa dos brazas de profundidad, el calado mínimo para navegar. Empezó entonces una etapa de continuos viajes como periodista y conferenciante que le llevaron a Polinesia, Europa y el cercano Oriente. Y también los inmortalizó en libros: 'Los inocentes en el extranjero' (1869) y 'A la brega' (1872), en el que recrea sus aventuras por el Oeste.

(Foto: AP/Twain, junto a su esposa Olivia Langdon y sus tres hijas, a la entrada de su casa de Hartford)

Tras casarse en 1870 con Olivia Langdon, hija de un capitalista muy activo en la lucha antiesclavista, se estableció en Connecticut. Se acabó la vida de nómada y comenzó la crítica social denunciando la corrupción política o las ansias por enriquecerse a cualquier precio. Seis años más tarde publicó su primera gran novela, 'Las aventuras de Tom Sawyer' (1876), basada en su infancia. Después llegaron las de Huckleberry Finn (1884), también ambientadas en el ribera del gran río, aunque menos autobiográficas. Y de nuevo sus propios pasos en 'Vida en el Mississippi' (1883), sobre su añorada etapa como piloto fluvial.

Las cosas le iban bien, incluso crea en 1884 su propia editora, la Charles L. Webster and Company. Pero, poco a poco, la vida empieza a torcerse. Y la amargura invade sus páginas. En 1893 invierte en un nuevo tipo de máquina que mecanizaba el proceso de composición de texto, la linotipia Paige, y pierde mucho dinero, por lo que debe mudarse a Europa y recorrer el mundo como conferenciante para recuperarse. Dos de sus hijas mueren, por meningitis y epilepsia, y su mujer enferma y también pierde la vida. Esos últimos años no fueron fáciles para Twain. Ya en 'El forastero misterioso' (novela póstuma publicada en 1916) afirma que se siente como un visitante sobrenatural, llegado con el cometa Halley y dispuesto a abandonar la Tierra con la siguiente reaparición del astro, que ponía fin a su ciclo de 79 años. Y fue así como sucedió.

Falleció el 21 de abril de 1910 en Redding (Connecticut) , pero incluso con su muerte tuvo que recurrir a la ironía. Y es que el New York Journal se adelantó y en 1897 ya publicó su deceso. Letal error al que Twain respondió con una carta al director: «James Ross Clemens, un primo mío, estuvo seriamente enfermo en Londres hace dos semanas. La noticia de mi enfermedad derivó de la enfermedad de mi primo; la noticia de mi muerte fue sin duda una exageración», decía. Escéptico, solía afirmar: «Y así va el mundo. Hay veces en que deseo sinceramente que Noé y su comitiva hubiesen perdido el barco». Y así lo vivió él. Genio y figura hasta en la muerte.

El primer escritor americano

EL ESCRITOR
Para muchos Mark Twain es sinónimo de novelas juveniles y largas tardes de agosto, pero lo cierto es que el escritor de Misuri está considerado uno de los más importantes de la literatura estadounidense. Twain, seudónimo de Samuel L. Clemens (1835-1910), ya fue popular cuando estaba vivo (algo que entonces experimentaban muy pocos) y supo retratar —y criticar— como nadie las injusticias de su época y de su tierra, el sur de EEUU: el racismo, la segregación, el maltrato, el odio, los excesos…

(Manuscrito de 'Las aventuras de Huckleberry Finn', novela considerada la obra maestra de Twain)

El autor, considerado el Charles Dickens del nuevo mundo, fue maestro de maestros. Buena prueba de ello son los elogios de escritores que supusieron tanto para el siglo XX como William Faulkner, Norman Mailer o Ernest Hemingway. «Fue el primer escritor verdaderamente americano y todos nosotros somos sus herederos», dijo el autor de 'Luz de agosto' o 'Mientras agonizo', sureño como Twain y tan curtido como reportero como lo estuvo su antecesor. Para Mailer «la prueba de lo buena que es 'Huckleberry Finn' es que puede ser comparada con las mejores novelas modernas». Algo que compartió el escritor de '¿Por quién doblan las campanas?': «Toda la literatura moderna americana procede de un sólo libro de Mark Twain titulado 'Huckleberry Finn'. Todos los textos estadounidenses proceden de este libro. No hubo nada antes. No ha habido algo tan bueno desde entonces».

Aunque con su habitual ironía, Twain aseguró que «un clásico es alguien a quien todo el mundo querría haber leído pero que nadie quiere leer», Huckleberry, el espíritu libre que acompañó a Tom Sawyer y ayudó a escapar al negro Jim, nos muestra las miserias humanas sin reparar en remilgos absurdos. Aunque acaben en la moraleja que la conciencia de Twain imprimió a su vida. Sus personajes no tienen la misión divina de buscar la justicia y seguir el camino recto; son criaturas y por ello sienten envidia, ira y quieren, como fin último, salvar su cuello. Así lo expresó en 'Los inocentes en el extranjero', el libro de viajes que salió de su periplo por Europa y los territorios palestinos: «Y así va el mundo. Hay veces que deseo que Noé y su comitiva hubiesen perdido el barco». No confía en los humanos, pero espera poder hacerlo.

Sus vivencias marcaron sus escritos. La infancia de niño enfermo y la pérdida de su padre labró sus inicios. Su trabajo como práctico de un vapor del Misisipí, su labor como reportero del periódico de su hermano, la Guerra de Secesión, los éxitos, sus viajes, la pérdida de su esposa y de tres de su cuatro hijos, su riqueza y su ruina. Un recorrido vital que fue afianzando su vena más sarcástica y que rozó con la amargura. Su legado más ácido llegó después de su muerte. Los albaceas publicaron de forma póstuma su autobiografía y los textos más críticos que muestran su tormento: hasta 1946 no vieron la luz 'Cartas desde la Tierra', en las que el propio Satanás se plantea la relación entre Dios y los hombres. «Ellos rezan por ayuda y favor y protección cada día; y lo hacen con confianza a pesar de que ninguna oración ha sido jamás contestada».

Su obra

TOM SAWYER Y BECKY SE CONVIERTEN EN ADÁN Y EVA
Alguna vez hubo una Becky. Rubia como aquélla. O tal vez morena. No importa. Alguna vez hubo un río, una tía —o abuela o tata o vecina— que nos riñó con tanta fiereza e injusticia como amor. Igualito que lo hacía la tía Polly. Hubo una noche bajo las estrellas y una cueva y un bosque y un fuego y un juego peligroso y un lugar prohibido y un amigo salvaje. Como Huck Finn. El mejor de los amigos.

(Tom Sawyer, Becky y Huckleberry Finn, caracterizados para la serie de dibujos animados)

Alguna vez hubo una infancia. Con malos como el indio Joe y buenos como el negro Jim y adorables niñas como Becky. Una infancia con aventuras en el bosque, con escapadas, travesuras y momentos solemnes donde los protagonistas eran los mayores y los niños no entendían nada. Una infancia que si no fue como la de Tom Sawyer —la más agridulce y libre que se pueda leer, imaginar, soñar—, debió serlo.

Una infancia acabada y convertida en adolescencia y en juventud y así hasta el final. Llegarían otras beckys y otros toms y otros jims. O no. Quién sabe. Llegó una Eva: «Dondequiera que ella estaba, estaba el Paraíso». O un Adán: «Mi plegaria es que si uno de nosotros ha de salir antes de esta vida, sea yo la que me adelante».

El conocerse, el olerse, el distanciarse, el descubrir y descubrirse, el necesitarse...

Murió Mark Twain hace 100 años. Ahora, el 21 de abril. Y regó el camino de maravillas escritas. Aprendió el oficio de periodista, viajó, conoció, pensó y creó. Dejó —dirán los expertos en el autor estadounidense otras cosas más científicas— una forma de escribir, de contar la vida. Puso los cimientos sobre los que muchos grandes juntaron sus palabras después. Fue Ernest Hemingway quien lo dijo: «Toda la literatura norteamericana moderna proviene de 'Las aventuras de Huckleberry Finn'».

(Edición ilustrada de 'Las aventuras de Huckleberry Finn')

¿Es un atrevimiento, acaso, sugerir que en líneas del mismísimo Scott Fitzgerald o, más reciente, de Auster hay algo de todo aquello? Quien leyó a Twain de niño, quien lo ha vuelto a leer con sus hijos o en soledad ya pasada la treintena o la cuarentena y ha leído a Fitzgerald o a Auster o a Dos Passos, seguro que lo entiende. Hay algo, seguro. Un efluvio, una forma de describir, de ambientar, de dialogar en las páginas que recuerda a las novelas de ese tipo que, como Tom, quedó huérfano, vivió en el sur, conoció en qué consistió ser negro en Estados Unidos en 1876, vivió la Guerra Civil y lo convirtió en un libro que fueron muchos.

Twain fue capaz de escribir sin palabras de más cuando todos lo hacían. Fue capaz de llenar de humor lo que se asomaba como una tragedia (lo es que el indio Joe mate al doctor Robinson y que todos callen menos Huck, que sabe, como Tom, toda la verdad). Lo es la vida esclava de Jim, lo es la vida de Huck junto a su padre borracho. Lo es la muerte de Eva.

¿Por qué 'Las aventuras de Tom Sawyer' o 'Las aventuras de Huckleberry Finn' y 'Diario de Adán y Eva'? ¿Por qué esas dos referencias? Podrían servir 'Príncipe y mendigo' o 'Un Yankee en la corte del Rey Arturo'.

'Tom Sawyer' (1876) fue un maravilloso boceto de 'Las aventuras de Huckleberry Finn' (1884). Y sobre Huck ya se ha escrito lo que dijo Hemingway. 'Diario de Adán y Eva' (1906) se publicó al final de los días de Twain. Es una hermosa historia del hombre y la mujer. También de la religión, otro de los vericuetos por donde acceder al autor de Misuri. Los diarios son, una vez más, una aventura de humor, amor y agradable tristeza. De ingenuidad, también. Como el amor infantil de Tom y Becky, la chica de los tirabuzones.

Nota: en 2004 Espasa publicó 'Mark Twain. Autobiografía'. Si alguien cree que está leyendo otra vez Tom Sawyer, no le falta razón.

Personajes

MARK TWAIN
Cuántas historias se dibujan en la mente de un niño que tiene una salud débil y demasiadas horas entre las sábanas. Cuántos libros, novelas, cuentos y fábulas pueden llenar esos días interminables. Samuel Langhorne Clemens construyó a Mark Twain y el patrón maestro se pintó en esos tiempos muertos que le alejaron de la escuela y de la calle hasta que cumplió los nueve años. Y que le obligaron a ser adulto con sólo 12, cuando perdió a su padre, como le pasó al mismísimo Tom Sawyer. Él mismo fue su primer personaje, uno que agrupaba a los que vendrían después. Su seudónimo se debe a la jerga marinera de sus tiempos como práctico de los vapores que surcaban el Misisipí, la frase que se gritaba para indicar que el barco tenía el calado suficiente para navegar a toda máquina con seguridad. Nació y murió cuando el Halley pasaba cerca de la Tierra. Bromeaba con que venía del espacio exterior y que llegó (y se iría) con el cometa. Los viajes en el tiempo, el río, la libertad, la lucha contra las convenciones sociales, sus reflexiones, el humor a medio camino entre la ironía y el sarcasmo, el pesimismo, el dolor por las miserias humanas... En definitiva, Mark Twain.


TOM SAWYER
Entre los habitantes de sus 28 libros y de sus numerosos relatos, hay uno que destaca y que todos relacionamos sin ninguna duda con Mark Twain. Tom Sawyer, el niño sin padres al que cría su tía y que crece en una pequeña ciudad del sur junto al río Misisipí. Aunque la crítica ha dicho que el personaje de esta novela no está tan delineado como lo están los ambientes que le rodean, en Tom vemos a su autor. Mark Twain también perdió pronto a su padre, que murió de neumonía, y su relación con el río (que recorrió primero como aprendiz de piloto y después como titulado). Además de las ediciones juveniles que han llegado a los cuartos de casi todos los niños, Tom Sawyer se coló en las casas por las diversas películas sobre esta novela (como la firmada por George Cukor en 1938) y por la serie japonesa de dibujos animados, de Nippon animation, que emitió TVE en los primeros 80. ¿Quién no soñó con tener una casita en el árbol?

HUCKLEBERRY FINN
El amigo de Sawyer, el espejo de libertad en el que Tom quiere mirarse. En Huckleberry Finn, el escritor plasma su idea de que la educación, los maestros y los convencionalismos, sólo apartan a las personas de su verdadera naturaleza. Los convierte en el producto que quiere la sociedad hipócrita. En el comienzo de 'Las aventuras de Huckleberry Finn', considerada su obra maestra, se presenta: «No sabréis quién soy yo si no habéis leído un libro titulado 'Las aventuras de Tom Sawyer', pero no importa. Ese libro lo escribió el señor Mark Twain y contó la verdad, casi siempre. Algunas cosas las exageró, pero casi siempre dijo la verdad». El profesor Joaquín María Aguirre Romero, de la Universidad Complutense, defiende en su artículo 'Mark Twain y las mentiras' que el escritor le convierte en un «muchacho a medio socializar»: «Está en el escalón más bajo en que puede estar un blanco en la sociedad norteamericana del momento —por debajo sólo están los negros—. Esa marginación ha tenido un aspecto positivo: Huck ha vivido alejado de gran parte de los mecanismos sociales. Su bondad natural o, si se prefiere, su inocencia, se ve pervertida por el contacto con la sociedad».

LA TÍA POLLY, EL INDIO JOE Y EL NEGRO JIM
Pueden considerarse los comparsas de Tom Sawyer y Huckleberry Finn, los personajes que complementan las tramas en las que los protagonistas no dejan lugar para otros. Pero tanto la tía Polly, la mujer que educa a Tom como si fuera suyo, la responsable de hacer de él un hombre capaz, como el indio Joe y el negro Jim, dan el aderezo necesario a una obra que se convirtió en inmortal. El primero por su caracter vengativo y por su asesinato del doctor Robinson. El segundo, por ir más allá de las normas y desear dejar de ser una propiedad de otros. Escapar del destino que lo convierte en esclavo.

EL MENDIGO TOM CANTY Y EL PRÍNCIPE EDUARDO
Uno es el mendigo al que tratan como un príncipe y el otro el príncipe (hijo nada menos que de Enrique VIII) al que tratan como a un mendigo. Ellos deciden intercambiar sus identidades en un cuento con moraleja que no todo el mundo sabe que es de Mark Twain, pero que es un clásico infantil similar a 'La Cenicienta' o 'Rapunzel'. En la Inglaterra del siglo XVI, el encuentro de estos dos personajes es imposible. Pero en los cuentos, no. Hasta que el Príncipe de Gales aprenda cómo es la vida fuera de palacio y pueda convertirse en un rey muy alejado de su padre. Algo que tampoco pudo demostrar: accedió al trono con nueve años y murió con sólo 16.

EL YANQUI
El amor por la ciencia de Mark Twain queda reflejado en Hank Morgan, un perito industrial que logra viajar en el tiempo y transportarse nada menos que al reino artúrico desde el lejano siglo XIX. Con todos sus conocimientos y toda la tecnología alejada de espadas y catapultas. Twain confía en el progreso, pero también sabe de sus limitaciones. Morgan sorprende con sus ingenios pero termina aprendiendo los valores de los de la mesa redonda. 'Un yanqui en la corte del Rey Arturo' ha sido llevada al cine en varias ocasiones, pero la más destacada es la adaptación que protagonizó el 'crooner' Bing Crosby en 1949.

En su casa museo

LA VIEJA CASONA DE HARTFORD
En 'Huckleberry Finn' Mark Twain demostró que «la relación agonizante entre negros y blancos, casi extinguida, estrangulada y llena de odio, es todavía nuestra gran historia de amor nacional, y desgraciados de nosotros si acaba en aborrecimiento y miseria recíproca» (Norman Mailer). Escribió aquella y otras decenas de miles de páginas en su casa de Hartford, Conecticut, donde vivió entre 1874 y 1891. Twain y su esposa, Olivia, habían comprado el terreno un año antes, y encargaron su construcción al arquitecto Edward Tuckerman Potter. Monumental y elegante, juguetona y misteriosa, la vieja casona ha sido restaurada hasta la penúltima voluta y el último detalle. Con paciencia y dinero sus responsables han reunido muchos de los muebles originales, la mayoría diseñados por la compañía Tifanny. En un cartel a la entrada solicitan la generosa colaboración de los devotos del escritor, aunque tampoco protestan: la casa/museo recibe entre cincuenta y setenta mil visitantes cada año.

(Fachada y estancia interior de la casa Museo de Mark Twain en Hartford, Conecticut)

Sobrecoge, a cualquiera que haya leído 'El forastero misterioso', 'Un yanqui en la corte del rey Arturo', 'El hombre que corrompió a una ciudad', 'Las aventuras de Tom Sawyer', etc., pasar bajo las cresterías de ladrillo rojo y negro, contemplar el comedor donde agasajaba a sus invitados (gastaba semanalmente unos ochocientos dólares de hoy en día en comida y bebidas), y sobre todo alcanzar el despacho, situado en la tercera planta, junto a la habitación de su mayordomo George Griffin. Oh, sí, el escudo y repisa de la chimenea fueron diseñados originalmente para un castillo escocés, y el invernadero junto a la biblioteca («la selva», según la bautizaron sus hijas), con sus grandes ventanales, parece una popa de barco encallada entre robles. Abundan los detalles victorianos. Hay profusión de maderas, porcelanas chinas, lámparas tornasoladas y artesonados dignos de un palacio, pero nada impresiona más, reitero, que el despacho, un cuarto bien iluminado que todavía parece conservar las palpitaciones, risa, enfermedad o insomnios del genial propietario.

Fue allí, junto a una enorme mesa de billar, que Twain ensartó, una tras otra, las vigas maestras de la novela moderna norteamericana. Cazador de vocablos populares, pintor impresionista, borracho de hallazgos e intuiciones, el herético, antiesclavista y anticapitalista, hizo de aquella trinchera burguesa su contraseña, sala de máquinas para cruzar de nuevo el Misisipí junto a dos prófugos. Mientras estás junto al tapete, cuidando de no romper nada, la estancia, conservada en formol como cualquier habitación de vivos transformada en campana museística, devuelve la sombra de un hombre millonario en frases de repetición, generoso y apasionado, que pescó tiburones en Australia, conoció la India y el Congo, dio la vuelta al mundo y denunció con saña justiciera la podrida sintaxis moral de los apóstoles del imperialismo.

Marc, nuestro guía, demostró saberlo todo de la barroca decoración y los golosos hábitos de un Twain que fumaba casi 20 puros diarios y aplacaba la náusea de estar vivo junto a una botella. No olvidar el cuarto caoba, donde se alojaban los huéspedes (mucho más lujoso que el de sus anfitriones), o los sofás donde charlaban con Harriet Beecher Stowe, que escribió 'La cabaña del tío Tom' y vivía justo enfrente. Enemigo del tópico según el cual todo escritor es un nostálgico del paleolítico, hizo instalar duchas de agua caliente e incluso un teléfono. «Si viviera hoy, hubiera sido de los primeros en comprarse un iPad». Una lástima que aquel afán por estar a la última y patentar inventos acabara llevándolo a la ruina. Se recuperó en apenas un año, a base de dar conferencias por el mundo, pero para entonces ya había perdido la casa soñada. Daba igual. Siempre tuvo claro que «Para Adán el paraíso es donde estaba Eva». En su caso, allí donde hubiera un tintero y el viento, que muerde las velas para que el sueño vuele.

Su ironía

PALABRAS DE TWAIN

La huella de Mark Twain va mucho más allá de sus inolvidables relatos.
Recuerde algunas de las frases más célebres del irónico escritor norteamericano.
Cada vez que se encuentre usted del lado de la mayoría, es tiempo de hacer una pausa y reflexionar.
La historia no se repite, pero rima.
Para Adán el paraíso es donde estaba Eva.
Así va el mundo. Hay veces en que deseo sinceramente que Noé y su comitiva hubiesen perdido el barco.
Un hombre con una idea nueva es un loco hasta que la idea triunfa.
El banquero es un señor que nos presta el paraguas cuando hay sol y nos lo exige cuando empieza a llover.
El hombre es un experimento; el tiempo demostrará si valía la pena.
Cuando yo tenía 14 años, mi padre era tan ignorante que no podía soportarle. Pero cuando cumplí los 21, me parecía increíble lo mucho que mi padre había aprendido en siete años.
El paraíso lo prefiero por el clima; el infierno, por la compañía.
¿Qué serían los hombres sin mujeres? Pocos, muy pocos.

Homenaje
Uno de miles





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RAQUEL QUÍLEZ, El hombre
VIRGINIA HERNÁNDEZ, El escritor, Personajes
FERNANDO MAS, Tom Sawyer y Becky
JULIO VALDEÓN BLANCO, Su casa museo
http://www.elmundo.es/especiales/2010/04/cultura/mark_twain/
http://www.elmundo.es/especiales/2010/04/cultura/mark_twain/vida.html
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