lunes, 28 de junio de 2010

LA CAMA DE PANDORA

SEXY RELATO

(Ilustración: Luci Gutiérrez)

'Tócamelo otra vez, Juan'
Siempre me han gustado los músicos. No me gustan los que son demasiado famosos, los que tienen a miles de chicas suplicando un polvo (¿no es alucinante ver a decenas de adolescentes con carteles que rezan fuck me en la puerta del concierto de Tokio Hotel? ¿Y no es más alucinante aún que tuvieran que ingresar a uno de sus miembros porque el ídem no se le relajaba después de una sobredosis de Viagra?). 

Aunque me lo he pasado genial en Rock in Río, donde la organización ha tenido el buen gusto de permitir el reparto de condones a cambio de mensajes de paz, no me va el sexo en los macroconciertos. Lo mío son los guitarristas de andar por casa. Me encantan esos grupos de maduritos aniñados que tienen su clap de seguidoras (casi siempre amigas, madres, novias o pretendientas), pero que juegan encantados al magnetismo de las miradas y son capaces de darles esquinazo para darse un gusto en el pasillo del baño con una servidora.

Lo mío con la música es una fijación casi infantil, de los tiempos en los que mi tío organizaba conciertos por encargo y tuve la oportunidad de alternar con estrellas como Loquillo, Duncan Dhu, Mecano… Recuerdo como una ocasión especialmente traumática, un día en que, después de la actuación de Tennessee, los chicos del grupo nos invitaron a mí y a mis amigas a ir a tomar algo con ellos y, como yo ya apuntaba maneras, ¡mi madre! se autoincluyó en la invitación ¡y se vino con nosotros toda la noche!
Jamás en mi vida he pasado más vergüenza. Aquel día murió en mí la grupie que todos llevamos dentro: nunca he vuelto a pedir un autógrafo y huyo como de la peste de las puertas de los estadios, los estrenos de cine (que no me busquen el lunes entre la muchedumbre que atraerán los desteñidos de la saga Crepúsculo...) y las salidas de artistas.

Definitivamente, me gustan esos grupos casi de barrio que viajan con todo metido en una furgoneta, lo montan ellos y ellos mismos lo desmontan. Y, qué queréis que os diga: ¡se me dan estupendamente!

Lo bueno de estos artistas aficionados es que no tengo que perseguirlos yo a ellos; son ellos los que me persiguen a mí.

El pasado fin de semana, por ejemplo, fui a escuchar con un amigo un concierto de un grupo que no había oído en mi vida. Y, zas, desde el primer momento, me quedé con el guitarrista. Como iba acompañada, la cosa no pasó en principio del clásico cruce intenso de miradas, pero, cuando acabó el recital, aprovechó que mi amigo hizo una excursión al baño, para intentar ligarme con el ingenioso método de:

-“Dime, por favor, qué perfume usas, porque te huelo desde el escenario y me está volviendo loco desde la primera canción. Fíjate, que hasta me he equivocado en varias notas…”.

Obviamente, le dije que no me acordaba, pero le anoté mi teléfono, para que me llame un día de estos y, ya de paso, probamos qué tal huele mi perfume sobre su piel.
En otra ocasión, fui con mi hermano al recital de un grupo de amigos suyos y, el enganche que tuve con el bajista fue tan intenso que, nada más terminar la última canción, se tiró del escenario y saludó a mi hermano con un:

-“Espero que no sea tu novia, Ulises, porque esta noche yo me como a esta morena pase lo que pase”.

-“Ya… Bueno, te presento a mi hermana Pandora…”. Y antes de que pudiera siquiera escuchar su nombre, prácticamente tenía su lengua dentro de mi boca.

Debo de tener un imán para estos chicos, porque, concierto que piso, guitarrista que conquisto.
Una vez, sin ir más lejos, ligué con dos en una misma noche. Primero con uno que estaba de asueto entre el público y, tras perseguirnos con la mirada un rato, me pidió el email para convencerme de que tenía que ir a su siguiente recital. Y, después, con el que tocaba sobre el escenario, al que me presentaron unos amigos nada más terminar su actuación. Tras dos cervezas y mucho rato tonteando con su instrumento (con la guitarra, por supuesto…), se ofreció a enseñarme a tocar esa misma noche.

Como os podéis imaginar, cuando se fue de mi casa al día siguiente, yo seguía sin saber marcar un solo acorde, pero me felicité por haber elegido al mejor del grupo. Que se peleen las demás por el cantante, porque después de arrancarme un par de orgasmos por el método tradicional, esos dedos mágicos (acostumbrados a pulsar cuerdas mucho más tensas que la mía) siguieron tocando incansables mis puntos estratégicos durante una pieza más larga que el Bolero de Ravel. (Me pregunto cómo habría sido esta misma experiencia con Eric Clapton, más conocido como "mano lenta"...).

Así es que, cuando veo en la televisión las imágenes de cientos de adolescentes llorando desesperadas por los Jonas Brothers, no puedo evitar una sonrisa de triunfo. Que duerman seis días en la calle a ver cuál de ellas se acerca más al escenario, que yo ya tengo una invitación para ir este viernes a un concierto en un bar de Malasaña. ¿Alguna duda sobre quien va a ligarse antes al guitarrista? (¡Ojo!: al que no lleva las uñas largas, que me dan una grima...)

Gracias:
Pandora Rebato
http://www.elmundo.es/blogs/elmundo/lacamadepandora/2010/06/24/tocamelo-otra-vez-juan.html
♪♪♪♪♪

 

No hay comentarios.: