sábado, 25 de julio de 2009

BIOLOGÍA

'Calanus glacialis'


(Foto: MANUEL ELVIRO)

El efecto del calentamiento medido en laboratorio

La mortalidad de los organismos más característicos de la comunidad del Ártico aumenta rápidamente con la temperatura

El 'Calanus glacialis' es un pequeño crustáceo copépodo, de unos 3 milímetros de longitud, que juega un papel básico para todo el mantenimiento de la red alimenticia del Océano Glaciar Ártico, desde las aves a las focas y los osos.

Tras un maratoniano sprint final de tres días de intenso trabajo de laboratorio, culminado con una sesión de empaquetar los más de 60 bultos que componen nuestro material y limpiar los laboratorios para devolverlos a su estado original, hemos dado por concluido el Experimento ATP-2009.

En este experimento, parte del proyecto Arctic Tipping Point (http://www.eu-atp.org/), o Cambios Bruscos en el Ártico, intentábamos evaluar algunas de las predicciones que apuntan a un umbral de temperatura, dentro del abanico de valores que el calentamiento climático podría causar en el Ártico (hasta 9 grados centígrados) este siglo, a partir del cual se producirán cambios bruscos en el ecosistema del Océano Glaciar Ártico.

Los experimentos que hemos realizado, en los que hemos evaluado experimentalmente la respuesta de la comunidad del plancton al calentamiento, han validado varias de las predicciones de los modelos: (a) que la mortalidad de los organismos más característicos de la comunidad del Ártico aumenta rápidamente con la temperatura. Entre éstos, se ha comprobado esta predicción para el copépodo (pequeño crustáceo) Calanus glacialis, que juega un papel clave en la red alimenticia del ecosistema del Ártico, o el micrflagelado colonial Dinobryon, capaz de realizar fotosíntesis y depredar bacterias; (b) que la biomasa y producción fotosintética del plancton colapsan al aumentar la temperatura; (c) que la tasa de respiración, y por tanto de producción biológica de CO2, del plancton Ártico aumenta rápidamente con el aumento de temperatura; y (d) que el plancton del Ártico pasa de actuar como un fuerte sumidero de CO2 a una fuente de CO2 con el calentamiento.

Más importante aún, hemos podido no solo verificar esas tendencias, sino precisar cuál es el nivel de calentamiento al que se esperan estos cambios, algo que los modelos no conseguían hacer. Nuestros resultados apuntan, muy claramente, a que este nivel de calentamiento se sitúa entre 3 y 5 grados centígrados de calentamiento sobre los niveles de referencia (1990). Dado que en el Ártico se espera un calentamiento de hasta 9 grados durante el siglo XXI, nuestros resultados apuntan a que observaremos cambios abruptos en el ecosistema del Océano Glaciar Ártico en las próximas décadas.

Estas conclusiones no son más que la punta de un iceberg de datos que llegaremos a tener cuando, tras dos años de trabajo de laboratorio y computación, hayamos conseguido analizar todas las muestras recogidas (miles) y la información que estas arrojan sobre la respuesta del ecosistema del Océano Glaciar Ártico al calentamiento climático.

Los 17 investigadores del proyecto ATP que llegamos, exhaustos, al final de estos 21 días de intenso trabajo experimental, precedidos para algunos de 14 días en la mar a bordo del buque Jan Mayen, estamos muy satisfechos con lo que ya podemos entrever de los resultados. El día en que finalizamos los experimentos improvisamos un minisimposio (la palabra simposio signifcia, en su raíz, reunión de bebedores...) para poner en común los resultados, pues hasta entonces no habíamos tenido tiempo siquiera de levantar los ojos del microscopio, espectrofluorímetro, autotiulador, o como quiera que se llame la herramienta de trabajo de cada uno.

Este minisimposio estuvo precedido de una cena de confraternización, aunque nos tocó confraternizar desde mesas separadas, pues no encontramos mesa para un grupo tan numeroso en el Kroa, uno de los tres restaurantes -este sin veleidades de cocina ártica (foca, ballena, reno, etcétera)- en Longyearbyen.

Queda el siguiente desafío: desplazar a través de los controles de seguidad de los aeropuertos (al menos pasaremos por tres en nuestro viaje de regreso a España), nuestras preciadas muestras: "¿Qué lleva aquí? Muestras de agua de mar, ¿qué es eso? Un instrumento para medir la concentración de ozono en la atmósfera, ¿no será explosivo verdad? ¡No se pueden transportar líquidos!"; ¡no está permitido transportar material congelado", "lo sentimos, su baúl se ha perdido, llame a este número mañana para tener más información, ¡pero en ese baúl llevamos muestras congeladas que se echarán a perder si no llegan en 24 horas!, lo sentimos es todo lo que la compañía puede hacer...". Esta es la parte de mayor peligro y riesgo de todo nuestro viaje: mucho más complicado esto que navegar hasta los 80 grados de latitud Norte en busca del frente de hielo o que encontrarse con un oso polar hambriento (los controles de seguridad también lo están de muestras, instrumentos científicos, etcétera).

Solo me queda agradecer a todos los que nos han prestado su ayuda para realizar el experimento ATP y poderlo compartir con ustedes en estas páginas: a la Unión Europea, que financia el proyecto; a Paul Wassman, que lo coordina; a Gunnar Sand, director de UNIS, que nos ha acogido en sus magníficas instalaciones; a la Fundación BBVA que colaborar con nosotros en la comunicación a la sociedad de los importantes cambios que están teniendo lugar en el Ártico, a mis compañeros del proyecto ATP, particularmente los del CSIC, que han aguantado estoicamente el duro ritmo de trabajo y mis manías, y - finalmente- al diario EL PAÍS, que nos ha ofrecido esta ventana durante cinco semanas, para hacereles partícipes de nuestra pequeña aventura científica.

Carlos Duarte es coordinador del experimento ATP, CSIC

Gracias:
CARLOS DUARTE, Longyearbyen
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