viernes, 20 de marzo de 2009

PRIMAVERA

Las fuentes


(Imagen: Carlos de Hita)

Hay fuentes sonoras, que se oyen caer en la soledad del bosque cinco minutos antes de verlas. Hay fuentes que reclaman mayor atención, aplicar el oído a separar su vago rumor del silencio.

Josep Pla, Las horas.

L
lega al fin la primavera, la época de casi todos los grandes acontecimientos. Los balbuceos e indicios de semanas pasadas, los silencios del invierno, quedan atrás. Ahora todo se amontona y el observador de la naturaleza no tiene tiempo para contemplar, para escuchar todo lo que se desarrolla en el campo. Por eso, para festejar la llegada de la buena estación, viene muy bien acordarse de Josep Pla, el gran escritor de las cosas pequeñas, para quien las fuentes, los manantiales, las surgencias de agua, son la quintaesencia del renacimiento primaveral. Para Pla, una fuente, cualquier fuente, crea a su alrededor un determinado paisaje. Un pequeño paisaje fresco e idílico.

Ahí van varias pruebas. Empezamos en los bosques de alta montaña en el Pirineo de Lérida, en Aigüestortes i Estany de Sant Maurici, en el Pallars Sobirà. Aquí, entre abetos y abedules, mana la Font de la Pega, un discreto caño de agua que encharca una pequeña tolla, una pradera embarrada. Cae la tarde y estridula un grillo, quizá por primera vez tras las nevadas del invierno. Y lo hace en compañía del tintineo de los cencerros de las vacas brunas. Por encima de las copas, canta un zorzal común.

La anterior era una fuente construida, con caño y pretil. Pero el agua no necesita obras hidráulicas para manar. En el Prado de las Pozas, en las laderas de Gredos, Ávila, miles de manantiales brotan directamente de la hierba y escurren, por pequeños regatos, sin emitir otro sonido que un tenue rumor. Un murmullo casi imperceptible pero que, sumado al de otros muchos hilos de agua, da voz al vacío de la garganta del alto Tormes. Es la tierra, también, de los acentores comunes y las chovas piquirrojas

Si una fuente crea un paisaje, un pilón es todo un mundo, donde el agua del caño resuena de una manera especial, dibujando acústicamente los contornos de las paredes de piedra. En la sierra cacereña de las Villuercas, el pilón es el mundo de las ranas comunes, que croan al atardecer dejando que la reverberación de la piedra amplifique su voz. Es también la primera barrera que frena a las aguas libres, la primera represa.

De aquí sale domesticada, a través de un aspersor, para regar las praderas desde las que cantan los trigueros y en las que crecen los chopos que, dentro de muy poco, van a dar soporte a los primeros autillos.

Pero la interacción entre las fuentes y la arquitectura ha ido mucho más lejos. Tanto que hay espacios inimaginables sin el borboteo del agua. El claustro del monasterio de Yuste, por ejemplo. Si en el pilón anterior las paredes de piedra realzaban el chisporroteo del caño, aquí, las venerables paredes del recinto rectangular amplifican, toman vida al reflejar el sonido permanente de la fuente que mana en el centro. La misma reverberación, la misma modificación acústica que experimenta el tañido de la campana, o el canto de los gorriones y colirrojos tizones posados en los aleros.

Aunque nadie ha llevado tan lejos esta relación entre el espacio y el sonido de las fuentes como los jardineros y arquitectos árabes. Tanto como para permitirnos la licencia de pensar que todo el palacio de la Alhambra, la torre de Comares, el patio de los Arrayanes, no son más que una prolongación, el escenario ideado para que suenen sus fuentes, acequias y sumideros.


Gracias:
Carlos de Hita
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