jueves, 5 de agosto de 2010

LA CAMA DE PANDORA

'El erótico encanto de las multitudes'

 

Anoche de madrugada, cuando por fin logré llegar a mi casa después de pasar una de las horas más divertidas de mi vida en el atasco postpartido del Paseo de la Castellana (en el que tres chicos me pidieron el teléfono y uno incluso quiso colarse en mi coche), me llamó Elena. Mi amiga, que es muy futbolera, prefirió ir ayer a la explanada del Bernabéu a ver el partido apiñada entre miles de personas antes que venirse con nosotras a un bar con su aire acondiconado, sus cervecitas y su pantalla gigante. Y, después de lo que me contó, me da rabia no haberla acompañado.

-"No te lo vas a creer, Pandora. En mitad del partido, ahí, con todos saltando, creo que el chico que tenía detrás me metió mano". Comentó feliz y risueña.

-"¿Cómo que crees? ¿Hubo o no hubo tocamientos".

-"Bueno, hacía tanto calor, estábamos tan juntos y había tanto entusiasmo que... Yo notaba algo duro apoyado en mi culo. Pero, por si acaso quiere dejármelo más claro antes de la final, le he dado mi teléfono". ¡Ésa es mi chica! No se viene una en blanco de una situación así.

-“¿Algo duro?... O llevaba una pistola o se alegraba de verte, ¿no?... Chica, yo diría que te han puesto un rabo". De todas las veces que me ha pasado algo por el estilo, nunca ha sido una pistola, así es que... pura estadística.

-"¿Un qué?".

-"¿Qué pasa? ¿Nunca te han puesto un rabo?”. Y ante su negativa y estupor le conté la historia de cómo descubrí uno de los factores erotizantes más poderosos sobre la faz de la tierra: las bullas.
Podía haber sido en un concierto de rock, o en una manifestación, o incluso ante la barra abarrotada de un bar. Pero para que veáis que esto sucede en cualquier parte, confesaré que fue en Sevilla durante una Semana Santa, cuando me di cuenta de que las aglomeraciones de personas no siempre son un fastidio y que, según quién te toque detrás o delante, no tiene porqué ser un agobio insoportable.

Tengo en la memoria que era el palio de la Candelaria (creo) el que pasaba por el  Ayuntamiento cuando me tuve que echar hacia atrás y pegarme a la pared. Sólo que entre la pared y una servidora había un caballero de estatura más o menos como la mía, a quien pisé un poquito al tratar de quitarme de en medio. Olía a colonia penetrante de hombre recio, sin florituras: maderas y pocas especias, y a gomina, todo mezclado con el aroma del azahar que perfumaba la noche. Me volví lo que la apretura me permitía para disculparme y, todo hay que decirlo, para comprobar si el atractivo escorzo que había visto de su mandíbula cuadrada y su nariz aguileña se confirmaba en un segundo vistazo.

-“Perdóneme el pisotón”. Confirmado: racial más que guapo, con unos penetrantes ojos verdes que eran como para quedarse bañándose en ellos toda la noche, a la luz de la luna casi llena del Martes Santo.

-“No ha sio na’ mi arma”, me dijo bajito, y debió de pensar: “Pa’ lo que te via’ meté”, porque en menos de dos acordes de Amargura, noté algo duro y firme apretándome a la altura de la nalga izquierda, que fue deslizándose lentamente hasta encontrar su acomodo natural entre ambos cachetes y allí se quedó un largo rato, solazándose con el mero hecho del roce.

Aquella noche los hermanos costaleros no tenían prisa y los músicos mucho menos, así es que fueron extendiendo el milagro de recorrer el andén del Consistorio todo lo que pudieron y yo no moví ni un músculo más que los necesarios para dar todavía medio paso hacia atrás, porque aún sentía que había demasiado aire entre el dueño de aquella sorpresa y yo.

Debí pillarle desprevenido, porque el tipo soltó un “uff”, que no llegué a saber si era más de excitación o de dolor por el choque. Pero debió de ser lo primero, porque al segundo ya notaba yo una de sus manos bien colocada en mi cadera, empujándola hacia atrás, invitándome a acomodar mi pelvis para dejar más hueco libre, mientras que la otra se aventuraba a alternarse con su bragueta en la labor de acariciar mis posaderas.

Bueno, más que acariciar, me cogió el culo como no me lo han cogido nunca. Todo hay que decirlo. Con la precisión de un experto, acopló la muñeca a la base del coxis, apretó la palma en todo lo largo de la grieta entre mis nalgas y me hundió los dedos en el sexo lo que permitía la ajustada tela de mi pantalón vaquero. Tan húmeda estaba yo que supongo que se los mojó con mi flujo.   
Cuando el palio pasó y la marabunta empezaba a dispersarse tras la banda, deslicé una mano detrás de mi espalda para acariciar brevemente el miembro del joven que me enseñó a adorar las multitudes. Me lo agradeció achuchándome un poco más la mano contra su bragueta. Le sonreí de perfil mientras ahuecaba lentamente el poco espacio vital que le había dejado y él me devolvió una sonrisa burlona envuelta en una pregunta, antes de desaparecer entre la gente.

-“¿A que no se te va a orvidá esta Semana Santa?”. Ni por la belleza del espectáculo ni por la excitación del momento… Ya veis que no se me olvidó.  
Pero vamos, que después de lo que me ha contado Elena y de aquella experiencia casi mística que tuve en Sevilla, yo el domingo me voy al Bernabéu a ver si, como Dios manda, hay más rabos que pistolas.
Gracias:
Lucy Gutiérrez
http://www.elmundo.es/blogs/elmundo/lacamadepandora/2010/07/08/el-erotico-encanto-de-las-multitudes.html
♪♪♪♪♪

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