sábado, 25 de abril de 2009

Toni Morrison

Entrevista con la novelista y premio Nobel


(Foto: Archivo/dinsex)

"La escritura siempre es urgente"
A lápiz y de madrugada. Así es como empezó a escribir Toni Morrison (Ohio, 1931) a finales de los sesenta cuando era una recién divorciada madre de dos niños pequeños. Pasaba el resto del día trabajando en una editorial. Han pasado 30 años desde aquello pero la escritora, ganadora del Premio Nobel de Literatura en 1993, se mantiene fiel a sus costumbres. "Al principio pensaba que escribía a esas horas por los niños, pero con el tiempo comprendí que me gusta. Escribo a lápiz y luego paso a ordenador los distintos trozos y voy corrigiendo", explica.

Morrison conserva no sólo sus hábitos prácticos como escritora, sino también su personal estilo y su temática. A ellos regresa con fuerza en Una bendición (Lumen), su novena novela. La autora de las aclamadas Ojos azules, Beloved y Jazz, entre otros libros, reconstruye en esta nueva y ambiciosa obra, de apenas 160 páginas, el origen de la perversa alianza de raza y esclavitud en el nuevo mundo. Pasó dos años investigando, hablando con antropólogos y trazando el paisaje que envuelve Una bendición, una historia que ha dividido a la crítica y en la que se aprecia un tono experimental en la confluencia de puntos de vista narrativos. Situada en el siglo XVII, esta historia de amor, amistad y lucha arranca con la voz de una adolescente negra, Florens, a quien su madre entregó a un granjero. "No quería hablar de clérigos, ni de comerciantes ésa es la vieja historia de los peregrinos y lo cierto es que aquí vino mucha gente normal que pensó que encontraría mejores oportunidades. Lo mismo ocurre ahora con los norteafricanos que cruzan a Europa en las pateras", reflexiona.

(Foto: GUILLERMO ARIAS/La escritora estadounidense y premio Nobel de Literatura Toni Morrison)

Desde hace más de una década Morrison imparte clases en la Universidad de Princeton. Allí ha montado un taller, un curso en el que cada año invita a artistas de distintos ámbitos (desde el violinista Yo-Yo Ma hasta Gabriel García Márquez) a trabajar con sus jóvenes estudiantes.

El pelo canoso y trenzado de Morrison parece de terciopelo; lo lleva atado en una larga coleta. Sus ojos color avellana hacen juego con el tono de su piel. Cuenta que desde finales de enero anda renqueante por una ciática. "La culpa la tiene Obama", dice divertida. En la investidura del nuevo presidente estuvo caminando horas en el frío, vio la ceremonia sentada en una silla de metal "congelada" y cuando terminó y se encontraba comiendo en un restaurante recibió su llamada. Al levantarse de la mesa para contestar se cayó. A pesar de la cojera está feliz con el nuevo presidente. "Ocurrió algo trascendente. Estoy muy, muy contenta y profundamente conmovida", afirma.

Admiradora de Hillary desde los tiempos en que su esposo estaba en la Casa Blanca -fue ella quien le llamó el primer presidente negro-, la escritora empezó a fijarse en Obama. "El debate entre género y raza era algo que no me interesaba, era un lujo que este país no se podía permitir. Estábamos tan mal que este tipo de disquisiciones estaban fuera de lugar. Había que elegir a alguien con la inteligencia y el temperamento que la situación requería. Y Obama lo tiene. Es estable y mantiene la cabeza fría. Es articulado y reflexivo y sabe hablar y ¡es un buen escritor! Me encantó su libro", dice Morrison entusiasmada.

Durante la mítica campaña Morrison estaba terminando de revisar Una bendición, libro en el que toma una nueva perspectiva sobre la lacerante herida de esclavitud y segregación que han sufrido los afroamericanos en Estados Unidos. "Los pobres aquí fueron segregados entre blancos y negros. Los terratenientes se protegieron estableciendo estas divisiones. A menudo para hablar del origen de América se cita 1776 y la lucha contra los ingleses, pero ocurrieron muchas cosas antes de ese momento. La raza se fue asociando a la esclavitud progresivamente", explica.

El trauma que 300 años de esclavitud y segregación dejaron han sido un terreno fértil para la prosa de Morrison. "La gente no hablaba. Cantaban sobre ello en las canciones espirituales en las que hay muchos códigos para contar sus experiencias. Pero querían olvidar, tirar hacia delante", explica. "Incluso escritores como Frederick Douglas no lo hacían. Querían que se abolieran las leyes racistas y no hablar de su sufrimiento". Ella decidió acabar con el silencio. "No quería que otros hablaran por mí. No me parecía sano vivir con ese pasado oculto. Desde entonces mucha otra gente escribe sobre esto. Yo lo hice para entender quién era".

Lo mismo le ocurre a la impulsiva Florens protagonista de su novela, que con arrojo y fuerza cuenta su historia en la granja, su amistad con la leal Lina, su enamoramiento de un negro libre. "Ella escribe desde el principio y se desarrolla según va contando la historia, evoluciona a partir del propio acto de escribir, algo que le otorga un nuevo poder. Es esto lo que vuelve el mundo coherente y así ha sido también para mí. La escritura siempre es urgente". ¿Ha cambiado con el paso de los años como escritora? "Siempre me he sentido en control cuando escribo pero uso distintos lienzos. Mi escritura ahora es más arriesgada y me fío más, me gusta abrir un espacio de diálogo entre el lector y el texto; esto inyecta vida", contesta.

Feminista y luchadora, Morrison retoma con Una bendición Morrison otro de los grandes temas que han marcado su trabajo: la amistad entre mujeres. "Ni siquiera en las novelas de Jane Austen las mujeres eran amigas; de lo único que hablaban era de cómo casarse", comenta. "Esto no era así en la comunidad negra en la que yo crecí, pero en la literatura estaban relegadas. Ahora el sometimiento de la mujer continúa con el burka clásico o con lo que yo llamo el burka moderno, la cirugía plástica que me impide saber quién es quién".

Morrison enarca las cejas cuando alude a los lectores que señalan que sus obras son tristes. No está de acuerdo. "Al final de mis libros los personajes tienen una sabiduría de la que carecían al principio. Hay un rayo de clarividencia que les ilumina, pero digamos que el paraíso no existiría si todo el mundo fuera admitido".


Gracias:
ANDREA AGUILAR - Nueva York
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