El canto del ruiseñor
(Foto: C. Valdecantos/Ruiseñor con sus crías/CENEAM-MMA)
EL CANTO DEL RUISEÑOR
Hasta hace unos años, y por estas fechas, la prensa inglesa, The Times, en concreto, informaba puntualmente a sus lectores de un gran acontecimiento: las noches del sur de Inglaterra se adornaban con los cantos de los primeros ruiseñores, recién llegados a las islas para pasar la buena estación. Desde primeros de abril y hasta mediado el verano, en los días y las noches de bosques, setos, riberas, dehesas y jardines resuenan las llamadas de estas aves, tan llamativas vocalmente como discretas por su plumaje y conducta esquiva.
Pero no solo en la prensa se habla de ellos. No es aventurado decir que de pocas especies se ha escrito tanto como del ruiseñor. Y aunque su voz no es, ni mucho menos, la más elaborada, la más melodiosa o musical, sí es, sin duda, la que goza de mayor prestigio.
Veamos algunos ejemplos. El poeta Juan Ramón Jiménez escribe:
“Ruiseñor de la noche, ¿qué lucero hecho trino,qué rosa hecha armonía en tu garganta canta?Pájaro de la luna, ¿de qué prado divino es la fuente de oro que surge de tu garganta?”
Para Ramón Pérez de Ayala, la voz del ruiseñor, como la del agua, es de cristal:
“Y ahora...Y ahora nos detenemos embelesados, suspensos.¿Qué cristal es ese, diamantino y vibrante, entre el cristal azul y quieto del cielo?Es el canto del ruiseñor. Luego, junto a la armonía de estos dos líricos cristales, por fuerza ha de haber otro cristal sonoro, la voz del agua.”
A Josep Pla, incomprensiblemente, le parece un animal discreto; seguramente por su vida escondediza, siempre oculto en las marañas:
"Es un animalito que se complace ocultándose a las miradas de la gente, obsesionado en sus asuntos sentimentales, extraño a todo exhibicionismo. En este sentido, su manera de ser difiere totalmente de los artistas del canto y del teatro, que suelen ser personas de mucha pompa, gran superficie y considerable burbuja. El ruiseñor pasa inadvertido, es discreto".
Más pragmáticas, las guías de identificación de aves, dirigidas a ornitólogos y aficionados dispuestos a asimilarlo todo, hacen malabarismos verbales para transcribir la voz del ruiseñor.
Así, la Guía de Campo de las Aves de España, de Peterson, afirma con aplomo:
“El canto es recio, melodioso y musical, cada nota repetida rápidamente varias veces; notas más características, un grave y sonoro “choqui-choqui-choqui” y un lento “piu-piu-piu” que asciende a un brillante crescendo”.
Juzguen los lectores, los oyentes, si los halagos y descripciones son ajustados. Escuchamos a diferentes ruiseñores en distintas situaciones, paisajes, horas del día y temperaturas. Empezando por la confusión sonora de un bosque, un robledal a media mañana, en el que las notas aflautadas de mirlos y abubillas, el fragor del resurgimiento primaveral, se confunden con las notas del ruiseñor. Sigue la sonoridad de la bóveda verde y umbría de un soto, donde comparten espacio con oropéndolas, torcaces y verdecillos. Todo en amplio contraste con el humilde reclamo del ruiseñor, un silbido agudo y un carraspeo, tan distinto al canto, tan incomparable, que en muchos lugares pasa por ser de otra especie, la silbarronca.
Pero es en la atmósfera fresca y tranquila de la noche, en unos prados anegadizos, donde la voz del ruiseñor muestra todos sus atributos. En este momento en que todo empieza, en que cada día se suma una nueva voz al concierto natural, las notas entrelazadas del ruiseñor brillan, destacan sobre el indeciso estridular de los grillos, el croar de las ranas y los silbidos cadenciosos de los autillos.
Ignoro si en estos tiempos que corren, tan poco dado a estas sutilezas, The Times sigue informando a sus lectores de la llegada de los ruiseñores. El Mundo sí lo hace.
Gracias:
Carlos de Hita
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