domingo, 25 de octubre de 2009

Javier García Galiano

Entrevista con el escritor


(Foto: ALMA RODRÍGUEZ AYALA/EL UNIVERSAL/Javier García Galiano presenta “La pequeña Estambul”, un modo de recuperar la ciudad de México de antaño)

Historias de un escritor que recorre las mismas calles todos los días
”Los chilangos eran personajes más peculiares y fascinantes, ahora son unos tristes gandallas”, asegura el autor

Cuando Javier García-Galiano comenzó a escribir los textos de La pequeña Estambul, siempre pensó en crear el libro de un paseante “de un hombre que se dedica a caminar por las calles de la ciudad de México”, que es la principal protagonista de esta obra que abunda en la realidad cotidiana, sus personajes y se convierte en forma simultánea en una evocación de la ciudad que se ha perdido.

En su reciente libro, el novelista, cuentista y traductor no evita los recorridos por otras ciudades como Berlín y Guadalajara, ni descarta otras de sus obsesiones; por el contrario, es abundante en hablar de la zoología, la botánica y la astronomía, ciencias que ha aprendido a amar con los años y que lo han llevado a sostener relaciones entrañables con serpientes, salamandras, gatos, pájaros e insectos, incluidas los caras de niños.

El colaborador de KIOSKO, nacido en Perote, Veracruz en 1963, que es Mester en turronería y tiene estudios de Literatura Alemana por la UNAM, asegura que los textos de La pequeña Estambul están hechos de las cosas que va viendo ese paseante que él es, a veces con rumbo y otras tantas sin brújula ni meta. “A veces voy a algún lugar y a veces no me queda otra más que caminar y descubrir cada nuevo detalle todos los días porque las calles de todo el mundo son distintas a cada paso, con o sin lluvia, recorridas en un sentido o en otro, vistas desde la banqueta”, dice García-Galiano.

El libro publicado por Aldus, del cual ofrecemos un adelanto, también está hecho por historias como las que se pueden oír en las cantinas del centro de la ciudad de México como el Bar Mancera, el viejo Centro Republicano Español o en los puestos de periódicos.

Es un abanico de historias que García-Galiano ha recogido con los años, en el que evoca con nostalgia una ciudad que comenzó a destruirse, dice, con las construcción de los ejes viales.

¿La novela está construida desde la nostalgia o la evocación?

Yo soy un paseante que evoca irremediablemente, porque soy un animal de costumbres. Soy conservador, soy priísta, callista, católico y de costumbres; vengo a la misma cantina todos los días casi a la misma hora y recorro las mismas calles. Cuando voy caminando supongo que voy evocando cosas que han sucedido en esas mismas calles y edificios, pero también voy creando nuevos recuerdos sin proponérmelo. Suceden inevitablemente cosas nimias que para mí son trascendentales y luego se convertirán en nuevas evocaciones.

¿Cómo descubrió está vocación que hay en este y otros de sus libros?

He vivido toda mi vida en la ciudad de México y me gustaba mucho el centro de la ciudad, viví ocho años en Alemania, pero fue un paréntesis sólo para regresar de nuevo. La ciudad de México me parecía una de las ciudades más fascinantes del mundo, me parecía que en este centro uno podía encontrarse cualquier historia porque estaba llena de sombras, de grandes posibilidades; pero a partir de hace 15 o 20 años se convirtió en una ciudad artificiosa, se perdieron ese tipo de personajes peculiares que iban creciendo por aquí; los yerberos que vendían cerca de la ciudad, el vendedor de lotería, aunque todavía subsiste, lo veo cada vez más mortecino.

¿Esta ciudad cada día es otra?

Cada vez el centro de la ciudad de México es más peculiar, cada vez se parece más a la ciudad más anodina de los Estados Unidos, llena de supermercados con nombres americanos, que hacen esquinas iguales. Eso ha hecho que poco a poco me parezca más detestable. También los personajes que la habitan son otros; antes, los chilangos eran personajes más peculiares y fascinantes, ahora son unos tristes gandallas. En la Condesa se creen neoyorquinos, aunque se parece cada vez más a Iztapalapa.

¿Y se recupera una ciudad perdida?

Trato de recrear la ciudad, pero desde la memoria, como debe hacerse, no tratando de crear una ciudad artificial como algunos han pretendido; los barrios desaparecen para convertirse todo en un polanquito o en un Santa Fé gringuito; y sin embargo, quedan algunos indicios de los viejos barrios. Por eso hablo de la pequeña Estambul; queda el viejo barrio de San Miguel, de Santa María la Ribera, en mi pueblo Mixcoac o en Tlalpan, el pueblo de mi amigo Pablo Soler. En la actualidad, las historias de la ciudad de México son más oscuras, cada vez son más sórdidas, pero no con la sordidez como me gusta a mí; cada vez es más como un eje vial, con un microbús que echa humo por el escape.

¿La obsesión por los insectos viene de su infancia?

De niño yo era normal, no era de los que leían La Iliada, La Odisea o El Quijote, me dedicaba a cazar lagartijas, a apedrear perros, a molestar a las niñas, a fumar a escondidas; de ahí viene mi relación con los insectos que ha ido creciendo a lo largo del tiempo de una manera muy distinta; antiguamente esas pequeñas cazas eran también actos de valentía, un amigo y yo cazábamos caras de niños, nos decían que estábamos locos, pero descubrimos que los caras de niños no eran venenosos, pero la gente cree que sí y con eso los aterrábamos. Eran actos de valor de mi amigo y yo.

En “La pequeña Estambul” también habla de los miedos, ¿a qué le teme?

Creo que si dejamos de tener miedos nos deshumanizamos, pensemos en esos soldados nazis autómatas o ese tipo de personajes siniestros e indestructibles como “Terminator”, son gente que no siente miedo, han perdido el sentido del miedo. Conrad decía que el miedo era algo que nos acompañaba siempre inevitablemente y que podía ser tu amigo o tu enemigo. Esa idea también está en el libro, que los miedos parecen más evidentes en la infancia, pero todo el tiempo nos enfrentamos al miedo. El otro día iba en el metro se subió un señor a hablar de La Biblia y me dio mucho miedo, aunque soy católico.

También entre sus obsesiones están los insectos y las plantas…

Desde pequeño tengo un magnífico trato con las serpientes y con los insectos; en mi libro quería hablar de ese tipo de recuerdos, en gran parte influido por otro libro de Ernest Jünger que se llama Cazas sutiles. Ya de grande también me volví obsesivo con la botánica, tengo una relación personal con las plantas, eso lo descubrí de grande, de chico no me gustaban porque me parecía una relación de viejas y fueron justo las mujeres las que me enseñaron un mundo maravilloso que es el de la botánica y cómo tener relaciones personales con las plantas.


Gracias:
Yanet Aguilar Sosa, El Universal
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