NUEVA BIOGRAFÍA DE LENNON
(Foto: Archivo)
Todo lo que tuvo que hacer John para casarse con Yoko
Fue elegido el mejor libro de música de 2008, y ya circula en México. Aquí un fragmento de la obra de Norman
Desde Sgt. Pepper y la India, John había probado diversas combinaciones de pelo facial. Ahora se había dejado una barba larga y tupida, curiosamente similar al disfraz que luciera, de broma, en Help! El efecto que producía era transformar aquel rostro que nunca parecía estar del todo serio en uno que sólo era eso. Enmarcada por una melena hasta los hombros, le confería una expresión de pena, de tragedia permanente, como un Cristo estilizado de la imaginería religiosa de su infancia (aunque bastaba con que abriera aquella boca bien rodeada de pelos para que resucitase el John de toda la vida).
Con Yoko estaba descubriendo una nueva forma de actuación en público, despertando reacciones muy diferentes de los chillidos gozosos y acríticos de las fans que tanta rabia le daban. Los dos juntos habían debutado en la Boda Alquímica, una fiesta de Navidad para toda la vanguardia artística que tuvo lugar en el Royal Albert Hall el 18 de diciembre.
Aparecieron en escena los dos juntos dentro de un gran saco blanco sin hacer ningún sonido, pero retorciéndose como de dolor con mucho brío.
Estuvieron completamente visibles en un festival de música experimental que se celebró en un colegio mayor de Cambridge el 2 de marzo. Yoko ocupó el proscenio gritando y lamentándose como recordaba haber oído a la servidumbre de su familia una vez que comentaban los horrores del parto; mientras, John estaba detrás de ella, en la sombra, improvisando acordes en una guitarra con un fuerte feedback .
El 12 de marzo Paul se casó con Linda Eastman en el Registro Civil de Marylebone de Londres entre escenas histéricas de tragedia de sus fans femeninas. No asistió ninguno de los otros Beatles. John y Yoko recibieron la noticia cuando iban en coche hacia Poole para visitar a la tía Mimi. El divorcio de Yoko había recibido la sentencia definitiva unas semanas antes y John le dijo que también ellos tenían que casarse lo antes posible.
Al principio a Yoko no le entusiasmaba nada la idea. “La verdad es que ninguna de las dos veces anteriores me quería casar de verdad”, rememora.
“Simplemente me vi metida en ello. Tener un hijo tampoco fue algo que yo quisiera, todo fue cosa de Tony (su anterior marido). Y no podía quitarme de la cabeza aquel extraño temor a que si seguía con John nos esperaba alguna tragedia terrible.”
Consiguió que acepta se tras prometerle que, al contrario que la de Paul, su boda sería una ceremonia de lo más rápida, sencilla e íntima. Para realizar su plan inicial tuvo que dar gracias a haberse criado en un puerto de mar y a su conocimiento de los poderes de los que está investido un capitán de barco. “Cuando íbamos a casa de Mimi, John abrió el panel de separación y me dijo que quería que los casase en alta mar el patrón de un barco”, recuerda su chofer, Les Anthony. Mientras la pareja estaba en casa de Mimi, Anthony fue a la cercana Southampton, y encontró que había un crucero de la P & O Line que zarpaba para las Bahamas esa tarde a las ocho. -“Sácanos el billete”, le ordenó John, pero a esas horas las oficinas habían cerrado.
Entonces John pensó que cualquier capitán de barco debía de tener potestad para celebrar matrimonios, incluidos los que mandaban los ferries que navegaban rutinariamente por el Canal de la Mancha haciendo el enlace con el continente. Así que Yoko y él se fueron a toda prisa a Southampton en el coche y trataron de hacerse con unos pasajes a Francia en un ferry de la Sorensen Line con idea de localizar al patrón y convencerlo de que los casase cuando la nave saliese del puerto, pero el pasaporte de Yoko no servía y no pudieron adquirirlos.
Tras el fracaso de llegar a Francia como un humilde excursionista cualquiera, John contrató un jet privado y se llevó a Yoko a París con la esperanza de encontrar bodas al minuto, allí o en cualquier otro sitio de Europa. Resultó que Peter Brown, el principal hombre para todo de Apple estaba pasando ese fin de semana en Ámsterdam y, a petición de John, intentó arreglar una boda rápida allí mismo, pero se encontró con que las leyes holandesas exigían un mínimo de dos semanas de residencia en el país. Tras hacer más averiguaciones, les informó que el único sitio de Europa en el que no existía ese tipo de regulación era Gibraltar, en la costa sur de España. Allí no solamente otorgaban licencias de matrimonio al momento, sino que además era posesión británica con una base militar. Así que para entrar en Gibraltar John ni siquiera necesitaba pasaporte.
El plan secreto
El plan se mantuvo en secreto para todos los de Apple excepto Neil Aspinall. Sin que tuviera ni idea de por qué y bajo condiciones tan misteriosas como en una novela de capa y espada, enviaron en avión a Gibraltar a David Nutter, un fotógrafo que era hermano de Tommy, el chico que vivía con Brown. El 20 de marzo de 1969, John y Yoko, vestidos de blanco, hicieron el vuelo de tres horas desde París en un avión privado. Fueron directamente al consulado británico, donde el encargado del registro, un hombre mayor llamado Cecil Wheeler, los unió en matrimonio, con Peter Brown de testigo. David Nutter les sacó unas cuantas fotos rápidas en las escaleras del consulado, rodeados de todo el personal un tanto perplejo y a los dos solos en el exterior, con Yoko sujetándose el sombrero de ala ancha bajo el viento mediterráneo. En menos de una hora ya volaban de regreso a París para desvelar el secreto a los medios de comunicación. John explicó que habían escogido Gibraltar porque era “tranquilo, inglés y acogedor. Intelectualmente ya sabíamos que el matrimonio es un teatro idiota, pero nos sentíamos románticos y gente de orden”. La boda fue tranquila, pero el recibimiento muy distinto. Les Anthony los esperaba en París con el Rolls-Royce, y al día siguiente los condujo 300 kilómetros al norte cruzando los Países Bajos hasta Ámsterdam, el lugar donde pensaban casarse en un principio. Allí despacharon a Anthony de vuelta a Inglaterra con el Rolls, tomaron la Suite Presidencial del noveno piso del Hotel Hilton y anunciaron que iban a realizar un bed in por la paz, es decir, que permanecerían una semana sin levantarse de la cama. "Decidimos emplear el espacio que íbamos a ocupar de todas formas y hacer un anuncio por la paz. Mandamos unas tarjetas con: “Venga a la luna de miel de John y Yoko...”
Los cámaras y reporteros de todas las nacionalidades que tomaron por asalto la suite 902 se llevaron una sorpresa que les dejó boquiabiertos. En vez de encontrarse, como se esperaban, una bacanal desnuda, se encontraron a los recién casados sentaditos juntos y muy derechos en la cama de matrimonio, enfundados modosamente en sus pijamas y rodeados de flores y de pancartas. Con aquella tupida barba haciendo un tremendo contraste con la nítida blancura de su atuendo, John explicó sus razones. En vez de manifestarse y pelear al lado de la contracultura militante para hacer un mundo mejor, había decidido hacerlo “a la manera de Gandhi”, pero disponiendo de una capacidad para llamar la atención que el Mahatma nunca había tenido.
“Si quieres vender paz tienes que venderla igual que el jabón. Los medios salen con guerra cada día, no sólo en las noticias, también en las películas antiguas de John Wayne y en todas las malditas películas ves guerra guerra guerra, matar matar matar. Nosotros decimos: - Tengamos un poco de paz, paz, paz en los titulares, sólo para cambiar un poco.” Al lado de Gandhi, John invocó a otro aliado espiritual, éste quizás aún más sorprendente. “Queremos que Jesucristo triunfe. Tratamos de hacer contemporáneo el mensaje de Cristo. ¿Qué habría hecho él si hubiera tenido anuncios, discos, películas, televisión y periódicos?”
Hablando sin parar
Durante siete días, la pareja concedió audiencia en aquel salón al modo dieciochesco; John hablaba prácticamente sin parar a las sucesivas tandas de entrevistadores o en conexiones de radio o televisión, con frecuentes intromisiones e interjecciones de Yoko. Hacían todas las comidas en la cama y sólo abandonaban aquel nido de almohadones bajo el ventanal panorámico para las abluciones más elementales o cuando las dinámicas camareras holandesas tenían que cambiar las sábanas.
En años posteriores, las estrellas del pop que hacían uso de su capacidad de ocupar los grandes titulares para predicar virtudes humanitarias, como Bob Geldof o Bono, por ejemplo, recibirían admiración y reconocimientos. El bed in de John y Yoko en Ámsterdam: fue la primera vez que se hizo una cosa así, y pagaron el precio normal cuando se es un pionero. Los comentaristas de todo el mundo despacharon el asunto tachándolos con unanimidad de fatuos y de osados y, por encima de todo, de una suprema inutilidad.
“Una ancianita de Wigam, o de Hull, escribió al Daily Mirror para decir que a ver si podían ponernos más veces en la primera plana a Yoko y a mí. Dijo que hacía años que no se reía tanto. ¡Eso es fantástico! Eso es lo que queríamos. Quiero decir que es gracioso que dos personas que se van a la cama en su luna de miel salgan en la primera página de todos los periódicos durante una semana. No me importaría morirme habiendo sido el gran payaso del mundo. No ando en busca de epitafios”, dijo Lennon.
La canción de primavera
Por libre de trabas que ahora pudiera parecer, John seguía atado al ciclo anual de la vida beatle, que con Apple seguía la misma marcha que bajo EMI. Primavera significaba un nuevo single , justo antes del álbum que marcaría el tono del verano para millones de consumidores. Pero el proyecto de Get Back no estaba en situación de satisfacer ninguna de esas dos demandas. Cuando las sesiones en el estudio del sótano de Apple se interrumpieron, ninguno de los cuatro -ni siquiera Paul- estaba por la labor de ponerse a revisar con George Martin aquellas cerca de treinta horas de cintas para ver de encontrar doce cortes utilizables. De modo que entregaron el lote completo a Glyn Johns, su ingeniero de los estudios Twickenham, para que él les diese la mejor forma que pudiera.
El single de los Beatles que se publicó el 11 de abril ofrecía dos de las canciones que habían interpretado en aquel concierto de mala gana al aire libre en la azotea de Apple. Ninguna de las dos daba indicios de que la banda buscase un estilo más sencillo, más “sincero”.
La que se llamaba propiamente “Get Back” era una cara A muy a lo McCartney, pegadiza pero sin nada de valor, que hablaba de personajes de un pastiche de Oeste americano: Jojo y Sweet Loretta Martin. En la cara B, una canción de Lennon, “Don´t Let Me Down” (No me decepciones), que se dirigía directamente a Yoko con el compromiso total de un voto matrimonial suplementario: “Estoy enamorado por primera vez [...] Es un amor que dura para siempre/ es un amor que no tiene pasado.”
En la azotea de Apple John Lennon entró a trabajar de nuevo el 22 de abril para una ceremonia de reafirmación de su compromiso con Yoko.
Allí arriba, entre las chimeneas de Mayfair y los arrullos de las palomas, y ante un fedatario público, renunció a su segundo nombre, el odiado Winston de niño de la guerra, y se convirtió en John Ono Lennon como paralelo a Yoko Ono Lennon. Después comentaría encantado que entre los dos juntaban ahora nueve letras “o”, su número y letra de la suerte de toda la vida.
“La manera más fácil de decir lo que Yoko es para mí y yo para ella es que antes de conocernos éramos media persona. ¿Sabes? No es ningún mito eso de hablar de que las personas son una mitad y que su otra mitad anda por el cielo o el espacio o lo que sea o del otro lado del universo o lo de la imagen-espejo [...] Nosotros éramos dos mitades y juntos somos un todo.”
La balada de la letra O
En el cajón había otra canción de Lennon que todavía tenía menos que ver con el lugar del que una vez formara parte. Sus letras siempre habían sido como una especie de periodismo, y bebían tanto de un titular visto de pasada como del alma y el corazón. Así que entonces decidió presentar su propia versión de la historia que había sido pasto de la prensa durante ese mes anterior. El resultado fue The Ballad of John and Yoko, una muestra de reportaje teñida de sátira y dobles sentidos, estructurada como un cuento y con diálogos de pieza teatral. Relataba la odisea por Europa de la pareja desde estar “plantados en los muelles de Southampton” al vuelo a París y el descubrimiento que hizo Peter Brown de que podían “casarse en Gibraltar, al lado de España”; del Hilton de Ámsterdam y “charlar en nuestra cama durante una semana”, a Viena y a comer tarta de chocolate (la famosa y decididamente no macrobiótica Sacher Torte)”. Nada de eso tenía que ver con los otros Beatles, pero aun así Lennon seguía sin buscar otros colaboradores de estudio para realizar su folleto combinado de viajes y de relaciones públicas con grito de protesta añadido.
Sin embargo, en aquellos momentos, mediados de abril, George se había ido al extranjero, Ringo rodaba una película y sólo Paul estaba en Londres. A pesar de sus desavenencias en cuestiones de negocios, John le pidió ayuda para terminar y grabar The Ballad of John and Yoko. Y era una petición que Paul, pese a lo poco que sintonizaba con el tema tratado, no podía rechazar. John acudió a su casa de St. John´s Wood; comentaron la canción paseando por el jardín y luego fueron a los estudios Abbey Road, a la vuelta de la esquina, para grabarla. La montaron sobre un ritmo relajado y casi latino, dividiéndose entre ellos los papeles de los dos Beatles ausentes: John, la guitarra solista además de la voz principal, y Paul, la batería, además del bajo, el piano y las maracas.
Al final el tema estuvo listo en una sola sesión de muchas bromas y mucho tomarse el pelo mutuamente sobre sus funciones de suplentes: “Un poco más rápido, Ringo”, gritó John en cierto momento. “Vale, George”, le replicó Paul.
De este modo, la canción que suponía la primera ruptura de John en busca de libertad, acabó firmada por Lennon y McCartney y salió a la venta en el Reino Unido como un single adicional de primavera de los Beatles, el 30 de mayo, con “Get Back” todavía en el número uno. Y de este modo, gracias a que la emparejaron con una canción corriente de George Harrison titulada “Old Brown Shoe”, el truhán se encontró con su primera cara A con la banda desde hacía dos años y con un éxito a ambos lados del Atlántico. Y así, también, resultó que pese a sus escapadas por camas y por sacos, los otros tres seguían apoyándolo tan sólidamente como siempre.
Gracias:
Philip Norman GDA / La Nación
El Universal
(Traducción: Fernando González Corugedo / Se reproduce el texto con autorización de Editorial Anagrama).
http://www.eluniversal.com.mx/cultura/61929.html
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