LA CAMA DE PANDORA
RELATO DE CAMA
(Ilustración: Luci Gutiérrez)
Sexo de camuflaje
Menudo mal rato acabo de pasar por culpa de mi barra de labios. Primero, casi tengo un accidente de coche y después, me ha faltado poco para ponerme en evidencia delante del más cotilla de mis vecinos.
¿Que cómo puede un trozo de carmín generar tanto caos? Seguro que lo entendéis mejor si os aclaro que mi barra de labios es un vibrador camuflado, uno de esos cacharros que carga el diablo...
Me lo compré hace unos meses por hacer la tontería: me parecía mono y, tan discreto, que podía llevarlo en el bolso, a la vista de todos, sin que nadie sospechara nada.
Pero el caso es que el invento se ha venido conmigo de la ceca a la meca, sin salir del bolso hasta que, esta misma tarde, cuando salía del trabajo, he tropezado con él mientras buscaba las llaves del coche. Y, mira por dónde, hoy me ha pillado con ganas de hacer experimentos.
Como todavía no se le ha sulfatado la pila por falta de uso, he decidido probar la teoría de Elena que asegura que, si se la masturban cuando va conduciendo, la emoción hace que pise el acelerador sin darse cuenta y ya le han puesto dos multas por exceso de velocidad. Así es que, con el seguro del coche echado y protegida por la oscuridad del garaje de la oficina, he desabrochado mis vaqueros para colocar la barra de labios en función vibrador, lo más cerca posible a mis zonas jugosas y sensibles... Y ¿qué queréis que os diga?... Como vibra el juguete entero, mientras me iba electrizando el clítoris me acariciaba rítmicamente la vagina. ¡Una gozada!
Me estoy preguntando si la DGT tendrá tipificado como delito o falta cualquier infracción cometida en estas circunstancias. Quiero decir; no puede ser lo mismo ir a 200 todo un trayecto porque sí, que pegar un ocasional aunque intenso acelerón orgásmico (¿será un atenuante o un agravante? ¿Se podrá alegar algo?)...
Después de aguantar una sinfonía de pitidos y dos millones de fogonazos con las luces largas, al final he llegado sana y salva al garaje de casa, donde me he encontrado lo que parecía una asamblea de propietarios. El del bajo, la pareja del tercero, uno del quinto con sus dos niños y Ricardo, mi vecino de planta... todos de conversación justo delante de mi plaza.
Con la mejor de mis sonrisas y todo el disimulo del mundo, iba a meter la mano en mis braguitas para rescatar el vibrador, cuando Ricardo, que es un caballero, se ha acercado a abrirme la puerta dejando a medias mi operación de rescate.
—"Pandora, estamos hablando de que se ha estropeado otra vez el ascensor y que mañana hay que llamar al técnico". No me ha dado tiempo más que a abrocharme el pantalón, así es que me he puesto la chaqueta y he intentado zafarme de su presencia.
—"Vaya, siempre estamos igual. Bueno, me subo a casa, que estoy muerta".
—"Pero si vas muy cargada, déjame que te ayude, mujer". Y me ha quitado con diligencia de las manos los libros y carpetas que llevaba.
Ya en el portal, he confirmado mis peores presagios: el hueco de la escalera amplifica el ruido de la vibración del juguete que todavía andaba haciendo de las suyas dentro mis bragas. Y, mejor aún, a cada peldaño el bichejo se recolocaba amenazando con la posibilidad de escurrirse por mi pernera izquierda y llegar hasta el suelo, delatándome ante el tipo que duerme pared con pared con el maltrecho cabecero de mi cama y mi concierto discontinuo de orgasmos. ¿A que doy el espectáculo?
—"Para un momento... ¿No escuchas un zumbido?", ha preguntado Ricardo detrás de mí, a la altura del segundo.
—"¿Qué? No, para nada". Apretar el paso no me sirve de nada, mi vecino es cinturón negro de judo y está más en forma que todo el parque de bomberos. Además, es como un rastreador apache y me ha seguido pisándome los talones con la oreja y los ojos pegados a mi trasero.
—"Por cierto, que hace mucho que no veo a ese amigo tuyo alto de pelo rizado"... La indiscreción me ha dado pie para pararme en seco y hacerme la ofendida en el descansillo del tercero, mientras me concentraba en cerrar los músculos del suelo pélvico, porque la dichosa barra de labios parecía a punto de penetrarme con su machacona y saltarina vibración.
—"No me estarás llevando la cuenta, ¿verdad?".
—"¿Yo? Como si pudiera... ¿Pero seguro que no oyes nada? Escucha...".
—"Que no...", y de dos saltos he alcanzado nuestra planta, he abierto mi puerta haciendo malabares con el vibrador que ya no sabía si entraba o salía o se había quedado encajado entre mis labios menores. He recogido mis libros de manos de Ricardo y le he dejado al otro lado, en la escalera.
—"¡Oye, creo que era tu móvil porque ahora no se oye nada!".
—"¡Sí, ya... ya lo cojo!". Y he rescatado la exhausta y moribunda barra de labios de la empapada cárcel de mis bragas. Voy a limpiarla y a darle un digno entierro en el cajón de los juguetes de amor.
Más allá del mal rato que casi me ha hecho pasar, hay que reconocer que su esfuerzo por dar placer y pasar desapercibida bien vale los pocos euros que pagué por ella.
Descanse en paz mi heroica amiga.
Gracias:
Pandora Rebato
http://www.elmundo.es/elmundo/2010/01/19/gentes/1263910500.html
♪♪♪♪♪
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