miércoles, 22 de diciembre de 2010

LA CAMA DE PANDORA
'Los exhibicionistas me persiguen'
(Ilustración: Lucy Gutiérrez)
 “Las cosas que escribes ¿te las inventas o te pasan de verdad?”

Si hiciera recuento en todos los mensajes que tengo almacenados en mi buzón de correo electrónico ésa sin duda sería la pregunta del millón (después de “¿cuándo vas a quedar conmigo, Pandora?”, claro). En eso estaba pensando precisamente el otro día, cuando salí a caminar por el parque que hay cerca de mi casa.

Paseaba con mis auriculares puestos y una cuidada selección de mis canciones favoritas como banda sonora, preguntándome… ¿estás cargando demasiado las tintas últimamente en el blog? ¿O, por el contrario, como te dicen algunos te estás viniendo abajo y cada vez cuentas cosas más light?… cuando alcé la vista a la hilera de bancos que tenía por delante y le vi.

Un hombre de unos treinta y tantos, sentado, con los pantalones en los tobillos y acariciándose frenéticamente el miembro arriba y abajo, arriba y abajo… Hablando en plata: masturbándose.

Me paré un segundo y me froté los ojos por si mi mente calenturienta me estaba jugando una mala pasada. Pero no, qué coño. Ahí estaba, a apenas 15 metros delante de mí, con las piernas desnudas, unos pantaloncillos rojos arrugados en los tobillos y dándole a la zambomba con energía.

Eché un vistazo alrededor para ver si había alguien más que fuera testigo de aquel intenso amor propio que el caballero se prodigaba, pero no. Eran pasadas las dos de la tarde y supongo que a esa hora las familias de este país están sentadas a la mesa, como Dios manda.

El hombre me vio y se me quedó mirando sin dejar de tocársela. Tampoco me dijo nada, las cosas como son, o yo no le escuché con los auriculares puestos cuando pasé a su lado mirando en otra dirección. 
Cuando hube recorrido otros 15 o 20 metros volví la cabeza y allí seguía, con los ojos semicerrados, dándose placer al aire libre en un parque urbano a mediodía.

¿Dónde está la policía local cuando se la necesita? Porque yo soy muy partidaria de la masturbación, cierto es, pero creo que los lugares públicos en los que pueda haber niños jugando no son sitio para el onanismo. Llamadme carca, conservadora… lo que queráis. Pero yo no estaría hoy escribiendo esto si el tipo hubiera estado masturbándose de cara a la pared entre unos setos oculto de la vista. Que una cosa es que te sobrevenga un apretón calenturiento y otra muy distinta el exhibicionismo.

Y yo, a fuerza de gozar lo primero y sufrir lo segundo he aprendido a distinguirlos.

Hacía tiempo que no me pasaba, pero hace unos años me encontraba a todos los exhibicionistas del mundo. La de penes que habré visto yo sin desearlo… Y por cierto que jamás he visto a una mujer masturbarse en público (las prostitutas no cuentan: ellas están trabajando y sólo enseñan el menú del día).

Recuerdo las dos últimas veces que me sorprendió un sujeto de estos (a los que nunca he visto vestidos con gabardina, por cierto).

Un día de primavera caminaba por una avenida llena de árboles y palacetes cuando creí ver a un hombre que se ocultaba tras un tronco varios metros por delante de mí. Desconfié, pero como no tenía más remedio que pasar por delante porque no había forma de cruzar al otro lado, apreté el paso lo justo para que no pareciese que corría despavorida pero, al pasar junto a él no pude evitar echar un vistazo con el rabillo del ojo. Me sirvió para constatar lo que ya sospechaba: que el tipo (bastante joven, por cierto) se masturbaba con gesto desmayado recostado sobre el árbol.

-“Tse, tse…”. Me llamó cuando le sobrepasé. Y yo, que a veces soy lela, volví la cara. “Mira qué grande la tengo”, dijo. Y sí, cierto, la tenía grande, como pude vislumbrar antes de salir corriendo avenida abajo sin mirar atrás.

Unos años más tarde, un caluroso mediodía de verano, caminaba yo por una calle prácticamente desierta cuando vi venir a un tipo con el que en pocos metros iba a cruzarme. Vestía pantalón negro de pinzas y una camisa blanca de manga corta. Recuerdo que me pareció un uniforme de camarero. Caminaba a grandes zancadas, despreocupado, con una mano metida en el bolsillo del pantalón. Cuando faltaban un par de metros para que llegase a mi altura me di cuenta de que por el bolsillo no estaba sacando las llaves precisamente, sino la cabeza de un pene que se acarició sin complejos ni vergüenza cuando estuvo convencido de que podía verle.

Imagino que habría abierto un agujero en el bolsillo del pantalón, el muy marrano, para pajearse a gusto cuando se cruzara con alguna chica. Ni guarro le pude llamar. Me quedé sin palabras.

Lo que yo digo, que una cosa es la masturbación y otra distinta el exhibicionismo. Aunque a veces la frontera sea muy sutil y pueda confundirse. Como me sucedió con Andrés, aquel novio que tuve al que le encantaba el amor propio y más si lo practicaba delante de mí. Le excitaba sobremanera acariciarse si yo le estaba mirando y el tiempo que vivimos juntos lo hacía a diario y prácticamente en cualquier momento y lugar de la casa. Ni bien ni mal, me parecía peculiar simplemente.

Hasta el día en que llegué a nuestro apartamento con mi hermano Ulises que venía a recoger unas cosas y, al escuchar las llaves girando en la puerta, Andrés me saludó desde el salón.

-“Hola cariño”. Fuimos hacia donde sonaba la voz Ulises y yo y nos lo encontramos dale que te pego frenéticamente sin pantalones sentado en el sofá. Como quiera que ya estaba en los últimos compases del acto, Andrés no pudo contener la eyaculación y se tapó con un cojín justo a tiempo de evitar que viéramos funcionando su aspersor.

Menos mal que Ulises ya no era pastorcito y a sus veintitantos sabía de sobra de qué iba el cuento. De hecho, el trauma lo tuvo Andrés por siempre jamás y desde entonces, aunque estuviésemos solos en casa, se encerraba en el baño (y a veces a mí con él) para masturbarse tranquilo a mano desnuda.

El cojín fue a la basura, por supuesto.

Gracias:
Lucy Gutiérrez
http://www.elmundo.es/blogs/elmundo/lacamadepandora/2010/10/21/los-exhibicionistas-me-persiguen.html
♪♪♪♪♥

No hay comentarios.: