LITERATURA
QUEVEDO, EL CENSOR
(Expediente de licencia y privilegio de la Vida de san Pablo apóstol de Francisco de Quevedo. 1644 Memorial de Francisco de Quevedo y Villegas M P° Sr Don Francisco de Quevedo Villegas, cavallero de la orden de Santtiago digo que yo tengo escripto el libro de la vida de san Pablo que presento y trato de imprimillo y para ello con vista de él supplico a V.A. mande concederme lizencia y facultad pido justicia etc.
Don Francisco de Quevedo Villegas)
Fernando Bouza nos presenta los documentos inéditos que descubren un nuevo rostro del poeta
Los archivos y bibliotecas siguen desvelando sus tesoros documentales, ignorados durante siglos. Fernando Bouza (Madrid, 1960), catedrático de Historia Moderna de la Complutense de Madrid, lleva dos años investigando en el Archivo Histórico Nacional gracias a un proyecto del Ministerio de Ciencia e Innovación, y ha descubierto más de mil documentos que le permiten trazar una historia de la censura y de la edición en la España del Siglo de Oro. Entre sus hallazgos hay cuatro inéditos de Quevedo en los que el poeta se somete a la censura o actúa como censor. El Cultural conversa con Bouza y reproduce dos de esos textos, que acabarán en la red, en el portal PARES (Portal de Archivos Españoles) del Ministerio de Cultura.
Lo primero que llama la atención de Bouza es su optimismo, su entusiasmo invencible. El mismo que le lleva a proclamar que a sus alumnos de Historia de la Cultura y de la Ciencia, una veintena de jóvenes, les cuenta siempre “el gran invento que es el libro como formato y diseño difíciles de superar”. Por eso le gusta tanto lo del ebook. Porque confía en que “el nuevo lector será también escritor. La pantalla establece una relación nueva, mucho más creativa y participativa con el lector. Es como recuperar formas antiguas que parecían perdidas”.
¿Cuáles, por ejemplo?
Las de la compilación. En el mundo medieval uno podía construir un libro según su voluntad, copiando o haciendo copiar dos páginas de éste, tres de aquél, y hacer su propio libro: eso, con el mundo de los impresos era imposible, pero con el tratamiento de textos en la pantalla vuelve a serlo, porque puedo tomar para estudiar cuatro páginas de Elliott y dos de Domínguez Ortiz y hacer un texto conforme a mis necesidades.
Sí, pero ¿y los más jóvenes?
Nunca han escrito tanto como ahora: están todo el día enviando mensajes, mal, y hay que hacer que los escriban bien, pero todo lo de los sms y los blogs es fascinante, porque es la gran oportunidad de convertir en autores a los que entran en la escritura a través de la pantalla. Yo soy optimista...
Realmente lo es. Optimista y feliz. Para Bouza, además, los archivos son los lugares más divertidos del mundo. ¿El mejor? Simancas, “el corazón del bosque absoluto, una fortaleza llena de tesoros”. Y, desde hace dos años, el Archivo Histórico Nacional de España, “una fuente inagotable de verdaderos tesoros” que cobija más de 50.000 legajos sólo en la sección de Consejos, que es donde se desarrolla la investigación. Allí vive Bouza desde que la financiación el Ministerio de Ciencia e Innovación le permitió investigar el proceso por el que se concedían las licencias para imprimir libros en Castilla, lo que le ha permitido revisar miles de expedientes que indican, libro a libro y autor por autor, en qué momento se concedió el permiso, y quién lo había aprobado o censurado.
Sí -explica- en el fondo es una historia de la censura civil en el Siglo de Oro. Entre más de 50.000 legajos hay memoriales y documentos de todos los autores, desde Calderón a Gracián pasando por Lope, Quevedo, Cervantes, Tirso... Están todos los grandes, que entraban en relación con el Consejo para pedir permiso para editar una obra o para censurar a otros.
¿Cuáles han sido los principales hallazgos?
El memorial de Cervantes para Don Quijote que ya dí a conocer, y que algunos han dicho que como el Santo Grial de la historia del libro español. También está la petición para imprimir un libro en gallego, titulado As galegadas: el autor, Lobariñas Feijoo, fracasó en 1616, pero en 1623 consiguió el permiso aunque no encontró a nadie que le financiase la impresión, así que la única noticia que ahora hay de ese libro son las notas de su tramitación que hemos encontrado en el Archivo Nacional. También hay obras para América que se han perdido, como una Doctrina y un Vocabulario de la lengua otomí. Aunque entre lo más interesante destacan cuatro documentos de Quevedo inéditos, de los que El Cultural anticipa hoy dos.
(Expediente de licencia y privilegio de El fénix de José Pellicer. 1628/“Por comisión del señor Don Juan de Belasco y Azebedo vicario jeneral desta corte i su partido por el serenísimo Infante, etc., e bisto La fenis que a escrito en verso español i a illustrado con notas i comentarios Don Joseph Pellicer no se lee en ella cosa que disuene de las buenas costumbres ni que contradiga a la sana dotrina [que (tachado)] de la iglesia Romana Muestra en pocos años muchas letras, largos estudios bien logrados. este libro aprueban otros que tiene impresos con que a enrriquezido por su parte nuestra lengua ahora la acredita ante todas las naçiones en los estudios seberos de buenas letras i son tan grandes las promesas que nos asegura para adelante como los frutos que nos da, débesele dar la lisençia que pide, así me pareçe, en Madrid. 14 de febrero 1628, Don Francisco de Quevedo Villegas)
Inéditos quevedianos
¿Puede explicárnoslos?
Desde luego: son cuatro textos no literarios que ayudan a entender el proceso editorial de la época y que forman parte de esta suerte de historia general de la aprobación cotidiana de libros que estamos haciendo. Uno de los más interesantes (en la imagen) nos muestra a un Quevedo muy cerca de la muerte que se presenta ante el Consejo para pedir permiso para publicar su libro La Vida de San Pablo. El segundo sería otro texto de puño y letra de Quevedo sobre su traducción de Séneca, que ya se había impreso y en el que el escritor solicita petición del precio a que se podría vender, y en los otros dos casos Quevedo aparece como censor.
¿Quevedo censor?
Sí. Los especialistas ya sabían que Quevedo (como Lope y muchos otros) se había prestado a hacer este tipo de trabajo, pero ahora damos a conocer dos testimonios de su puño y letra. Se trata de su censura a El culto sevillano de Juan de Robles, de enorme interés porque de esta censura en concreto se conocía otra versión, sevillana, pero no ésta, manuscrita: Quevedo lo aprobó pero el texto no se publicó hasta el XIX. El otro documento inédito, que reproduce El Cultural, es el más interesante de todos, porque no se conocía. Es una censura de Quevedo para el libro El Fénix, de José de Pellicer, se acabó publicando pero con otra aprobación, y no ésta.
De manera que sus investigaciones reconstruyen la historia de la censura civil en España.
Bueno, los documentos que hemos descubierto nos permiten hacer una especie de historia cotidiana de la censura, llegar a saber por qué y qué se prohibió, y también las vicisitudes de los grandes textos, con pruebas inéditas, porque no todos estos documentos se publicaban. Yo he encontrado relaciones poéticas a las que se dijo que no, pero el Consejo se quedó con el texto prohibido y está ahí, aunque, en realidad, con lo que sueño es con encontrar nuevos manuscritos inéditos.
¿Hay manera de saber cuántos libros pedían permiso al Consejo al año?
No, pero sabemos que las tiradas eran muy altas, porque lo normal era una tirada de 1.500 libros, que para la época, el Siglo de Oro, era muchísimo.
Una industria floreciente
¿Y cómo era entonces la industria del libro?
Floreciente, a pesar de los problemas... Los autores tenían que imprimir los libros a su costa, así que solían buscar al impresor que lo publicara y lo que hacían, tras conseguir la licencia y el privilegio, era vendérselos a los libreros a a los mismos impresores, por lo que perdían todo derecho sobre su obra. Cervantes, por ejemplo, le vendió el privilegio del Quijote a Francisco Robles. También hubo algún autor, como el poeta José de Valdivieso, que utilizó el sistema para garantizarse que nadie imprimiese sus libros y no manipulasen su obra. Todo esto nos permite estudiar la lucha por los derechos de autor desde el Siglo de Oro...
Parece que entonces casi todo el mundo quería imprimir un libro. Casi como ahora...
Sí, ésta es la parte más divertida. ¡Y viene de tan lejos! Ya lo dijo, a comienzos de 1598, el marqués de los Vélez: “Aquí no hay nadie que no imprima”.
Derechos de autor
¿Y cómo podían proteger sus derechos los creadores del XVI y XVII?
No los podían proteger mucho, pero se las ingeniaban. Por ejemplo, Valdivieso pedía la licencia para imprimir su Romancero Espiritual; le daban el permiso por diez años, pasaba esa década en vano y entonces pedía una prórroga de la licencia, que volvía a caducar, y lo hacía para que de esa manera nadie pudiese imprimir su libro. Él mismo escribió: “Para que nadie pueda beneficiarse de lo que es mío, ni nadie pueda alterar lo que es mío”. Ahí hay ya un esbozo de la idea de la propiedad intelectual que encontramos más adelante, en el siglo XVIII, en Europa. Nuestras investigaciones nos permiten hacer una historia de la creación intelectual, porque podemos saber qué se permitía publicar y qué no, o lo que pensaban los propios autores de su obra, o cómo la tasaban.
Tras sus investigaciones, lo que parece evidente es que la vida literaria actual es una balsa y un aburrimiento al lado de aquellos tiempos de Quevedo, Cervantes y Lope...
Bueno, se parecía mucho a lo que retratan las películas sobre Shakespeare y Marlowe, había duelos por culpa de la literatura, y algunas familias nobles llegaron incluso a contratar a matones para que amedrentaran a escritores díscolos. Lope de Vega vivió muchísimos años a costa de escribir cartas para el Duque de Sessa, y en los documentos que hemos encontrado aparece muy preocupado por los detalles editoriales de los precios de sus libros, mientras que a Quevedo, por ejemplo, que actúo como censor eclesiástico y censor civil, no parece mencionar jamás el dinero.
Porque esta actividad como censores a Lope o Quevedo les resultaba rentable...
En absoluto, no les pagaban, lo hacían porque poco después ellos tendrían que presentar sus propios libros al Consejo. Y en el caso de Quevedo, que tuvo una relación complicada con el poder, su trabajo para la censura civil podía ayudarle a mantener buenas relaciones con el Consejo, aunque éste le prohibió alguna de sus obras más polémicas, como Los Sueños.
La historia, las historias que Bouza va desvelando, a vueltas con un pendrive con 1.021 documentos, son apasionantes. Cuenta, por ejemplo, cómo encontró alguna nueva carta de Felipe II a sus hijas. O un documento de 1678, de Anastasio de Médicis, en el que diez mil familias de espartanos que deseaban huir del Turco se ofrecen para repoblar el interior de España, que estaba despoblado desde la expulsión de los moriscos. La historia es fantástica: sólo llegaron unos 50, porque a la mayoría la capturaron los turcos, los llevaron a Argel y luego liberaron a algunos, entre ellos a la niña griega Antonia, que sirvió a María Luisa de Médicis.... O la historia de Leonor, la panameña que vino desde ultramar con El Hereje para bailar ante la corte y que acabó desterrada. Historias fabulosas, divertidas unas, terroríficas otras, que explican el porqué a Bouza la narrativa actual le interesa tan poco: las historias que encuentra en cada legajo demuestran que la historia supera con mucho a la ficción.
Desde luego, los archivos son muy divertidos. Puedes ir de registros económicos y culturales, y siempre descubres datos deslumbrantes o historias que ningún novelista podría imaginar.
Gracias:
Nuria AZANCOT
http://www.elcultural.es/version_papel/LETRAS/26972/Quevedo_el_censor
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