LA CIENCIA EN LOS TRIBUNALES
(Imagen: Galileo Galilei)
La ciencia sigue en los tribunales cuatro siglos después de Galileo
Profesores y escritores son llevados a juicio por defender criterios científicos. Las causas más frecuentes atañen al creacionismo y a las terapias alternativas.
Hace 400 años, Galileo Galilei apuntó por primera vez su telescopio hacia el cielo. El gesto abrió paso a una nueva era, pero le abocó también a la persecución por parte de la Iglesia. Cuatro siglos después, defender ideas científicas aún puede ser causa de juicio, aunque los inculpados no suelen ser tanto investigadores o académicos, sino quienes se encargan de acercar el conocimiento a la sociedad: profesores, periodistas y escritores. Sin embargo, la pregunta de fondo es la misma de siempre: ¿Tiene sentido que un tribunal dictamine sobre asuntos científicos?
El caso más sangrante es probablemente el del escritor británico Simon Singh. En abril del 2008, Singh expresó en el diario The Guardian sus dudas sobre los fundamentos científicos de la quiropráctica, una terapia alternativa que utiliza especialmente la manipulación de la espalda. La Asociación Quiropráctica Británica le demandó por difamación. «The Guardian les ofreció espacio para replicar a mi artículo, pero lo rechazaron», explica Singh. «Querían que me retractara, pero no puedo desmentir lo que creo que es verdad», insiste el divulgador.
LEY DE DIFAMACIÓN
Si el proceso que empezará en febrero diera razón a la asociación, Singh se enfrentaría a pagar centenares de miles de euros. «La ley británica de difamación es un problema mundial», explica el escritor. Por ejemplo, la utilizó un empresario saudí para demandar a la escritora estadounidense Rachel Ehrenfeld, que le acusó en un libro de financiar el terrorismo; o una farmacéutica norteamericana para perseguir al cardiólogo Peter Wilmshurst, que había expresado dudas sobre la calidad de los datos presentados por la empresa. «Entidades de todo el mundo pueden acusar a autores de todo el mundo –explica Singh– solo con que aleguen que su reputación está en peligro en el Reino Unido».
Al otro lado del Atlántico, en Estados Unidos, Christina Castillo Comer es una de las víctimas del creacionismo. En 2007, esta profesora de instituto, ascendida al cargo de supervisora de la enseñanza de las ciencias en el estado de Tejas, recibió una invitación para una conferencia que analizaba críticamente el creacionismo. Enseguida la reenvió a unos cuantos compañeros y añadió las palabras «por si os interesa». Al cabo de una semana ya estaba despedida. «La justificación oficial era que había faltado a una reunión, pero me advirtieron de que no me atreviera a hablar con nadie del episodio del correo», explica Comer. La profesora decidió demandar a la junta educativa de Tejas. Tras perder el primer juicio porque el Estado «no necesitaba motivos para despedirla», según la ley de EEUU, ahora su caso está en manos de jueces federales. «Mientras tanto, en Tejas, solo el 5% más rico estudia evolución y se usa mi ejemplo para intimidar a los docentes», explica Comer.
FALSAS CURAS DEL SIDA
Los efectos de las ideas anticientíficas son especialmente graves en los países más pobres. «En África es relativamente común que médicos de dudosa preparación anuncien, especulando sobre la desesperación de los enfermos, el descubrimiento de curas para el sida», explica el periodista freelance nigeriano Alexander Abutu Augustine. En 2008, Abutu denunció esta práctica y en general el hecho de que se diera credibilidad a investigadores africanos que se niegan a publicar sus resultados en revistas científicas reconocidas.
En su artículo, Abutu citaba el caso extremo de Ezekiel Izuogu, un inventor que declaraba haber fabricado una máquina que desmentía la ley de conservación de la energía. «A raíz de esta denuncia, la carrera política de Izuogu, entonces candidato a ministro, se vio bruscamente recortada», explica Abutu. Como reacción, el inventor lo demandó y la agencia de noticias donde trabajaba lo despidió. «Las terapias improbables siguen anunciándose y cada vez menos periodistas se atreven a denunciar», comenta Abutu.
España no está exenta de casos parecidos. En el 2003, el periodista de El Correo Luis Alfonso Gámez se dedicó a desmontar en su blog las teorías presentadas en la serie televisiva Planeta encantado, del escritor Juan José Benítez. «Este programa, en el cual Televisión Española se gastó ocho millones de euros, afirmaba que el hombre pudo convivir con dinosaurios, que Jesús se sentó en el Coliseo y que el Apollo 11 encontró ruinas en la Luna», recuerda Gámez. Benítez demandó al periodista por 80.000 euros. El juez desestimó esta petición, pero sí le condenó a pagar 6.000 euros en concepto de daños morales. «Mi diario, que me apoyó en todo momento, decidió no apelar», explica Gámez. «Sin embargo –añade– el gran apoyo público que recibí confirma que acallar a los críticos con juicios no funciona».
Gracias:
MICHELE CATANZARO, BARCELONA
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