sábado, 24 de enero de 2009

Edgar Allan Poe

"Un momento maravilloso"


(Ilustración del libro 'Siniestras amadas')

Cuentos infinitos

Hay casi tantos cuentistas como maneras de afrontar un cuento. Un buen relato queda en el lector hasta mucho después de terminar su lectura. El bicentenario de Edgar Allan Poe, pionero del cuento moderno, coincide con "un momento maravilloso".

Hace unos días, desayunando en el café de costumbre, me hice con el único periódico libre que quedaba en la barra. Eran ya casi las once y me sorprendió encontrarlo en buen estado. Empecé por el final, una entrevista. O, mejor, por una de las respuestas que un lector anónimo se había molestado en destacar envolviéndola en un trazo verde que recordaba a una nube. Hay gente que tiene la manía de garabatear en periódicos ajenos, y otra, entre la que me cuento, que no puede resistirse a mirar sus dibujos, subrayados o signos. El entrevistado era John Michael Bishop, rector de la Universidad de California, premio Nobel y autor de notables descubrimientos en el campo de la investigación médica. Me llamó la atención que, hablando de sus hallazgos, insistiera en la importancia de "seguir la nariz", algo que, en principio, no me pareció demasiado científico. Continué leyendo. "La nariz", en efecto, era una forma de nombrar la intuición, pero -como aclaraba enseguida- una intuición "que se alimenta de conocimientos racionales: de tantas cosas que no sabes que sabes. Y de repente... ¡conexión! ¡Los conectas! Te puede pasar en la ducha, en la carretera, o en el laboratorio, o en sueños...". El lector anónimo había subrayado en sueños. Miré alrededor. Dos oficinistas, el peluquero del barrio y un grupo de estudiantes extranjeros. Cualquiera de ellos, además de un bolígrafo verde, podía haber tenido un sueño revelador aquella noche. Y volví a la nube. A la respuesta de J. M. Bishop, la frase que, entonces me di cuenta, iba mucho más allá del campo de la investigación científica. Pensé en el cuento. Y pensé también que aquella frase me había gustado, mucho antes de saber que me había gustado.

En el territorio del cuento suelen concurrir un montón de factores a menudo absurdos; por lo menos, contradictorios. El cuento no goza de la misma aceptación en todos los países, cosa sabida, ni tampoco del mismo respeto. A veces, incluso, en casos extremos, cuentistas y lectores -el lector juega un papel importante en lo que estamos hablando- tienen la sensación de pertenecer a una secta, una singular hermandad de iniciados protegida por infatigables estudiosos que desenvainan la espada a la menor ocasión en defensa del género. Aunque ¿quién lo ataca? Nadie, que yo sepa. Por lo menos abiertamente. Se trata, a lo sumo, de un silencio, de un "pasar por alto", de situar el género-cuento en un lugar más que discreto de unas hipotéticas estanterías. Y sin embargo ¡cuántas veces se rompe este silencio! A los novelistas se les pregunta por sus novelas. A los cuentistas por el cuento. Algo misterioso debe de tener el género para que haya dado lugar a tantas y tantas páginas sobre sí mismo. Y en los intentos de aproximación, en las numerosas "poéticas" -que, otra curiosidad, además de a los poetas, únicamente se nos pide a los cuentistas- encontramos una serie de premisas en la que casi todos los autores estamos de acuerdo. Hablamos así de esfericidad, del valor de la mirada, de la importancia de "lo que no se dice", de concisión, de intensidad, de economía, de equilibrio, o de que, posiblemente y a la postre, un buen relato es el que va más allá de la palabra "Fin" y persigue al lector hasta mucho después de haberlo concluido. Pero ahí empieza y acaba la concordia. Porque hay más. Y en esas tentativas de aproximación -palabra que prefiero a "definición", por lo que esta última pueda tener de carcelaria- siempre asoma algo que, de repente, nos aleja. No sabemos lo que es. ¿Y para qué saberlo? Tal vez en eso estribe la esencia secreta de un buen cuento. Un soplo, una presencia ausente que felizmente se resiste a ser encasillada. Algo muy semejante a una chispa, un fogonazo, la "conexión" de la que hablaba Bishop, y que puede ocurrir en cualquier momento. "En la ducha, en la carretera, o en el laboratorio, o en sueños...".

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