PALEONTOLOGÍA
Cicatrices en la cabeza de un 'T. rex'
(Ilustración: Erika Lyn Schimitd/Peleas a mordiscos entre los jóvenes tiranosaurios)
Hallazgo en EEUU
Los paleontólogos descubren las cicatrices en la cabeza de un 'T. rex' y aseguran que son fruto de una encontronazo con otro dinosaurio de su especie. Los tiranosaurios vivieron en el Cretacico, hace unos 60 millones de años
'Tyrannosaurus rex', el 'lagarto tirano' que habitó en Norteamérica hace más de 60 millones de años, considerado el mayor animal carnívoro de todos los tiempos, no sólo se peleaba con dinosaurios de otras especies, sino que, en su adolescencia, se enzarzaba en duras peleas con otros jóvenes 'T. rex' de la vecindad.
Esta es la conclusión a la que han llegado cuatro paleontólogos de la Universidad de Illinois y del Museo de Historia Natural Burpee (EE.UU) después de estudiar los restos de un ejemplar, bautizado como 'Jane', encontrado en Montana en el año 2001.
'Jane', que lleva expuesto varios años en el museo, tiene en sus huesos fosilizados las señales de una grave mordedura. En concreto se van las muescas que dejó su adversario en la quijada superior y en su hocico en cuatro lugares diferentes. La herida, según aseguran los científicos, no puso en peligro su vida y acabó por curarse, pero si dejó unas cicatrices que han confirmado que la especie era agresiva hasta consigo misma.
Joseph Peterson, uno de los autores de este trabajo, publicado en la revista Palaios (de la Sociedad de Geología Sedimentaria), explica que 'Jane"era lo que nosotros llamamos un boxeador de nariz", es decir, que peleaba con su hocico, que en este caso acabó quebrado y un poco torcido a la izquierda.
¿Pero quién se atrevió con este depredador nato? Los científicos norteamericanos aseguran que fue un congénere, también juvenil. "Muy pocos animales podrían haberle hecho esa herida porque un cocodrilo o un 'T. rex' adulto habría dejado otro tipo de marcas. Además, cuando analizamos la mandíbula y los dientes de 'Jane' observamos que la mordedura se había producido en un enfrentamiento cara a cara y muy cerca de su rostro, por lo que concluimos que fue hecha por algún miembro de su especie y de su misma edad", argumenta Peterson.
Una máquina de matar
Peterson y Michael Henderson fueron los paleontólogos del Museo de Burpee que desenterraron este ejemplar de tiranosaurio que ha permitido averiguar muchas cosas sobre su comportamiento durante la adolescencia de la especie.
No saben si la pelea entre los tiranosaurios era una trifulca familiar o solamente se estaban divirtiendo, y se les fue de las manos, pero sí han averiguado muchas cosas sobre 'Jane'. Por ejemplo, que medía 6,7 metros de largo y 2,1 metros de alto y pesaba unos 680 kilos. Además, como otros congéneres, era una máquina de matar con sus 71 dientes bien afilados.
Desde que su cráneo fue encontrado y se han estudiado las cicatrices que tenía han pasado varios años, en los que se ha logrado reconstruir lo que era un amasijo de pedazos de fósiles desarticulados. "Estaba examinando algunos moldes cuando vi que en la quijada superior izquierda había más agujeros que en la derecha. Comprobé que las marcas eran lisas, que se habían curado cuando el animal estaba vivo", agrega Peterson.
El doctor Christopher Vittore, que colabora con el museo y es radiólogo del Hospital de Rockford, hizo entonces uno escáneres computerizados de los huesos que confirmaron la teoría del paleontólogo. "Confirmamos que, efectivamente, las heridas habían comenzado a curarse antes de que muriera", dice Vittore.
Dado que 'Jane' era muy joven (sólo tenía 11 ó 12 años), los expertos creen que la pelea no era por una competición sexual u otro tipo de conflicto, sino más bien un comportamiento de aprendizaje de defensa de su territorio o sus dominios, parecido a lo que ocurre con los cocodrilos juveniles.
Este trabajo complementa otra investigación muy reciente según la cual las marcas que tienen algunos dinosaurios en el cráneo se debe a un parásito. Para Peterson y sus colegas, desde luego ese pudo ser el caso en otros tiranosaurios, pero no en Jane.
Gracias:
Rosa M. Tristán, Madrid
http://www.elmundo.es/elmundo/2009/11/02/ciencia/1257181065.html
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