LA CAMA DE PANDORA
RELATO DE CAMA
(Ilustración: Luci Gutiérrez)
El sexo me persigue
Está claro que no es sólo cosa mía y de mi mente calenturienta; el resto del mundo gira entorno a un único centro de atracción: el sexo.
Está en todas partes. Lo siento, lo huelo y hasta lo saboreo (y no me refiero al sexo oral). Por ejemplo, el otro día fui a sacar un refresco de una máquina de Coca-Colas en el 24 horas que hay debajo de mi casa y, justo al lado, en el muestrario del 'vending', entre las bolsas de patatas y las chocolatinas vi un vibrador.
Sí, un vibrador. Así como suena, como si a la que vas a por unas galletas y un café te pudieras sacar además un juguete fálico con función estimuladora mecánica. Lo que se dice un vibrador, vaya...
Y oye, no me pareció mala idea, porque nunca sabe una qué le va a hacer más falta: si una buena dosis de cafeína o un reconfortante orgasmo.
En realidad había dos vibradores (ambos espantosos, eso sí): uno del tamaño medio de los españoles en erección y otro tirando a micropene (que para todo tiene que haber gustos...), pero ambos a precio de saldo: 10 euros.
Y, en la bandeja de abajo, ¿alguien lo adivina? Pues sí, condones. Tres unidades a dos euros, de los clásicos y de sabores, que digo yo que, ya que estaban en una máquina de chocolatinas y patatas, era lo que más pegaba.
Llegué a casa un poco sorprendida y no pude evitar llamar a Julia para contárselo.
—"Tú estás obsesionada, Pandora. Háztelo mirar, mujer...".
—"Sí, yo estaré obsesionada, pero no estoy ciega y eso eran dos vergas de plástico como que mañana es jueves. ¿Desde cuándo venden vibradores en las máquinas de galletas?".
—"Desde que en mi pueblo los semáforos llevan faldita y hacen 'streptease' mientras cruzas la calle, no te fastidia...".
Pensaba que Julia exageraba, pero no. Resulta que en Cáceres, donde nació mi jefa, la Ley de Igualdad se ha interpretado de tan 'sui generis' manera que ahora todos muñecos de los semáforos del centro de la ciudad visten falda y pantalón, intermitentemente. O deberían porque, al parecer, con tanto estrés de cambio de sexo (ahora chico, ahora chica, ahora chico, ahora chica...), a muchos de estos pobres personajillos se les ha caído la falda, mientras que otros han hecho una huelga de pelotas (perdón, era tan fácil...) y se han quedado chicas para siempre.
Y ahora que se han estropeado, ¿qué? ¿Cómo se cruza la calle? ¿Pueden las mujeres pasar cuando el muñequito es él? ¿Deben los hombres 'violar' el paso de cebra cuando la que ordena el tráfico es ella?
Pero la pregunta fundamental es: ¿De verdad los cacereños (concretamente las cacereñas) necesitaban un muñeco con falda o pantalón para saber que tienen en vigor su legítimo derecho de cambiar de acera? Yo no lo creo...
Confieso que fui con Julia a pasar un fin de semana a su casa porque no daba crédito. Pero sí. Ahí están los muñecos; unos con falda, otros con pantalón y otros en la esquizofrenia de travestirse en décimas de segundo. ¿En eso consiste la igualdad de género?
Está claro que nos rodeamos de sexo porque nos fascina. O puede ser que el sexo nos fascine porque nos rodea. ¡Y es que está en todas partes! Por ejemplo, el otro día fui a hacer la compra y en el mismísimo Carrefour (que nadie duda que sea apto para públicos familiares), entre los champús para la caída del cabello y las pastas de dientes han abierto un apartado dedicado a preservativos, geles lubricantes y juguetes de pequeño tamaño en un stand titulado: "Higiene sexual".
Un poco más allá, encontré ejemplares de literatura erótica como 'Diario de una Ninfómana', 'Seducir a una mujer' o 'La Miel', entre los best seller de Stieg Larsson y toda la saga 'Crepúsculo'.
Junto a ellos, entre los juguetes infantiles, he visto un maletín con un juego de mesa tipo La Oca, pero para adultos, que tiene toda la pinta de jugarse en posición horizontal. Pero es que, al final del híper, mientras buscaba una aspiradora, he encontrado un nuevo cachivache de Philips: un estimulador sensual que viene a ser lo que, en mi casa, yo llamo un vibrador (sí, de Philips, la marca de las bombillas. Al fin y al cabo un vibrador no es más que un motorcillo con un aprovechamiento eléctrico más gozoso que el de la batidora...), al módico y sugerente precio de 69,69 euros.
Así es que he arramplado con todo ello (los libros, una de condones, un gel frío, la Oca erótica y el estimulador), porque, mira tú por dónde, como el sexo por fin ha salido del armario, ya puedo ir a surtirme al súper.
Para los que se mueren de la vergüenza con sólo pensarlo, que sepan que la cajera, al pasar el gel frío entre el papel higiénico y el queso en lonchas, me ha dicho impertérrita:
—"En preservativos tiene una oferta de dos por uno. Puede elegir otra caja de este frontal. Y el gel frío viene con un anillo vibrador de regalo. ¿Va usted a buscarlo o le pido al chico que se lo traiga?".
¡Me encanta la democratización del erotismo!.
Gracias:
Pandora Rebato
elmundo.es
http://www.elmundo.es/elmundo/2010/01/26/gentes/1264520960.html
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