Mi abuelo, El Dictador
(Fotos: EFE/Departiendo con Franco/Trujillo y Franco, en El Pardo)
Rafael Leónidas Trujillo
Sanguinario, cruel, contemporáneo y amigo de Franco, tiranizó a millones de personas en la República Dominicana durante más de tres décadas. Vargas Llosa lo retrató en ‘La Fiesta del Chivo’. Ahora es su nieta quien descubre cómo fue en realidad aquel hombre.
Cuando veo los resultados sobre quién fue aquel político, Rafael Leónidas Trujillo, aunque reconozca que hiciste algunas cosas buenas por el país, no puedo aceptarte. Lo siento, abuelo...". Aída Trujillo (Santo Domingo, 1952), hija de Octavia Ricart,
Tantana, y Ramfis Trujillo, nieta del hombre al que llamaban El Jefe, Chapita (por su afición a las condecoraciones) o El Chivo, uno de los dictadores más sanguinarios del siglo XX -"el que podía hacer que el agua se volviera vino y los panes se multiplicaran, si le daba en los cojones", como lo describió Mario Vargas Llosa en La Fiesta del Chivo (Alfaguara)-, el que gobernó la República Dominicana durante tres décadas, entre 1930 y 1961, ha querido dar a conocer al mundo su profundo dolor al enfrentarse a la realidad de su vida en el libro, aún inédito en España, A la sombra de mi abuelo (Norma Editorial).
Once años ha pasado la nieta de Trujillo dando forma a este relato, con el que ha logrado el Premio Nacional de Novela 2009 en la República Dominicana."Todo empezó porque quería desahogar mi tristeza, mi indignación, mi rabia. Sentía que debía descubrir quién era mi abuelo, el dictador, el torturador, no mi abuelito al que adoraba y al que sigo queriendo, aunque he sido duramente criticada por ello y por decir que él fue lo más tierno de mi infancia".
(Foto: Archivo familiar/Con otro dictador/Aída Trujillo, en brazos de su madre y con sus padrinos, Carmen Polo y Francisco Franco, en 1954)
De aquellos recuerdos en el Palacio Nacional en los años sesenta, en la bautizada por la megalomanía del dictador Ciudad Trujillo, Aída recuerda los fastos y el oropel que rodeadan a su abuelo. "Él venía de una familia muy humilde y le gustaban los uniformes y las plumas, era muy sudamericanazo".
Los Trujillo vivían en el mejor de los mundos. El apuesto Ramfis seduciendo a mujeres con su amigo el playboy Porfirio Rubirosa, mientras su esposa, Tantana, sufría en silencio. Ella y su hija Aída fueron las favoritas del general: "Mi abuelo era un ser maravilloso, tierno, bueno". Pero Ramfis decidió que Aída y su hermana María Altagracia estudiaran en un internado de Suiza. Fue allí donde aquel 30 de mayo de 1961 recibieron la noticia de la muerte del abuelo. "Yo no lo creí. Si me hubiera dicho que se había muerto en su cama, me hubiera dolido, pero lo hubiera aceptado, pero al decir que lo habían matado...".
Aída relata su historia con pasión. Su rostro muestra las cicatrices de una vida arrasada por maridos, amantes, pérdidas y desgracias. Dice que ya de niña comenzó a hacerse preguntas, "pero no quería respuestas". Su familia respondía con evasivas. En su casa jamás vio fotos de su abuelo. "Había como un rechazo. Ahora me arrepiento, pero he tirado cosas que tendrían un valor histórico. Decidí que iba a pasar del tema, corrí un tupido velo y me olvidé. Cuando mi abuelo murió, hubo saqueos de las casas de mi familia, Joaquín Balaguer [presidente de la República Dominicana] incluso derribó la de mi abuelo".
Luego llegó el exilio. "Nos fuimos todos a París, y allí estaba la que fue la segunda mujer de mi padre, Lita. Se me juntó todo: la muerte de mi abuelo, mi madre destrozada... De los seis hermanos, todos, excepto dos, nos fuimos con ella a Roma. Mi madre tenía miedo y nos inscribió en el colegio con su apellido, éramos los Ricart, un símbolo de la oposición al régimen de Trujillo. Después de una temporada en Roma nos vinimos a España. Carmen Polo y Francisco Franco eran mis padrinos, y mi padre, Ramfis, vivía ya en Madrid. Muchas veces me río cuando pienso en sus deseos de una educación europea para sus hijos y nos manda a España, a una dictadura franquista...".
En 1975, de forma fortuita, Aída se da de bruces con la verdad. "Volví de nuevo a mi país cuando murió mi abuela materna, Nieves, y me reencontré con mi niñez, con los olores, la luz". A partir de entonces viajó a menudo a Santo Domingo. Lo hacía cada vez que entraba en conflicto con su segundo marido, José Manuel Inchausti, Tinín, al que se refiere siempre como "el torero".
En una de esas escapadas, paseando por el centro de la ciudad caribeña, "algo me empujó a una librería. Compré seis u ocho libros sobre mi abuelo y me fui para el hotel Hispaniola. Me lancé, ávidamente, a hojearlos y fue un impacto terrible, muy doloroso, no puedo ni explicarlo con palabras. No me lo quería creer, pero estaba ahí. Libro que cogía, libro que ponía aún peor a mi abuelo. Lloré como una loca, me fui a la piscina y comencé a tomar copas. Tantas que el tipo del bar me dijo: 'Señorita, le voy a traer alguna picadera pa que no se me maree'. Y yo pensaba, si supieras quién soy, lo mismo no me traías nada. Tiré los libros y regresé a España".
En una de esas escapadas, paseando por el centro de la ciudad caribeña, "algo me empujó a una librería. Compré seis u ocho libros sobre mi abuelo y me fui para el hotel Hispaniola. Me lancé, ávidamente, a hojearlos y fue un impacto terrible, muy doloroso, no puedo ni explicarlo con palabras. No me lo quería creer, pero estaba ahí. Libro que cogía, libro que ponía aún peor a mi abuelo. Lloré como una loca, me fui a la piscina y comencé a tomar copas. Tantas que el tipo del bar me dijo: 'Señorita, le voy a traer alguna picadera pa que no se me maree'. Y yo pensaba, si supieras quién soy, lo mismo no me traías nada. Tiré los libros y regresé a España".
(Foto: Archivo familiar/Flamenca/Aída, bailando en Los Canasteros con Juan (Ketama), a la izquierda, y Diego Losada, a la derecha)
En A la sombra de mi abuelo, Aída Trujillo fantasea con personajes como Desarraigo, Abandono, Dolor, Desesperación, Democracia, Criterio... " Son sentimientos que he volcado en el libro como si fueran personas. Criterio entró en mi vida aquella noche, en 1975, en que descubrí quién fue realmente mi abuelo". Los asesinatos de Galíndez, del piloto Murphy, de las hermanas Mirabal, ningún crimen o tortura de Trujillo se escamotea en el relato y en la memoria de la nieta. Son cosas que no han gustado a su familia . "Soy la oveja negra. Algunos lo admiten porque lo vieron.
Con mi madre (murió hace 16 años) hubiera discutido; ella me decía: 'Es tu abuelo, tú no tienes derecho'..., y yo replicaba que era un asesino, un tal, un cual, y se enfadaba mucho conmigo. Aunque paradójicamente fue quien me narró muchas de las cosas que yo recojo en mi libro".
Escribir el libro ha sido su mejor terapia. "Al principio me costó mucho. Lloraba, apartaba el ordenador como si fuera un enemigo. El recuerdo de mi abuelo era como un cuchillo que me clavaban en el corazón. En el libro soy implacable. Todavía hoy, cuando hay gente que me viene a hablar bien de mi abuelo, yo les discuto. No se pueden justificar los crímenes, las torturas de esa era".
Aída ha conocido a algún superviviente de las víctimas de Trujillo. Ha hablado con un sobrino de las Mirabal. "Yo siento, de rebote, una cierta culpabilidad con respecto a esas personas que me han dado una lección increíble porque son muy tolerantes y han sabido separarme a mí de mi abuelo".
La sangre gaditana que le legó su abuela Nieves corre por las venas de Aída. Aprendió a bailar flamenco y, ya separada del torero, debutó en 1982 en uno de los tablaos más populares de Madrid, Los Canasteros. "Esa época fue fundamental para plantarle cara a mi vida. Empecé a contactar con gente de izquierdas y aunque escuchaba cosas que me dolían, yo quería saber más. Algunos, al oír mi nombre, se quedaban pasmados. Conocí a Gerardo Iglesias, el que fue secretario del PCE, en 1987, y surgió el romance. Fue muy comprensivo conmigo".
¿Qué sintió cuándo se publicó La Fiesta del Chivo, un libro que habla con crudeza de su abuelo?
Vargas Llosa es un gran escritor y La Fiesta del Chivo es una gran novela, pero, a mi modo de ver, demasiado basada en la sexualidad y con mucho morbo con el caso de los ajusticiadores de mi abuelo [los héroes del 30 de mayo], los que pusieron fin a su vida. Dos de ellos vivieron, a los otros se los cargó mi padre, algo que a mí me parece horrible, pero fue lo que le dio a él por hacer. Un 30 de mayo del año 2000, -ya había salido el libro de Vargas Llosa- le digo a mi hijo pequeño: 'Hoy es el día en que mataron a tu bisabuelo', y él me preguntó quiénes fueron; le dije que eso no importa, que él también mató a muchas personas, y me contestó: 'Entonces es normal que lo mataran. Era un dictador'. En ningún momento digo en A la sombra de mi abuelo que las personas que pusieron fin a su vida fueran unos asesinos. Quienes critican que me hayan dado un premio por escribir sobre Trujillo han cogido el libro por donde les ha dado la gana. Nunca hablo de ellos como asesinos, afirmo que si todo un pueblo les llama ajusticiadores, pues así serán.
Dolida por quienes han hecho imposible ir a Santo Domingo a recoger su premio y agradecida a los escritores y a los que eligieron su libro como el mejor, asegura que lo hará en breve. "De este año no pasa", afirma tozuda.
Gracias:
JULIA LUZÁN
♪♪♪♪♪
No hay comentarios.:
Publicar un comentario