LA CAMA DE PANDORA
RELATO DE CAMA
(Ilustración: Luci Gutiérrez)
Gymkana erótica por San Valentín
Tengo claro que este año no me quedo sin celebrar San Valentín. Siempre ha sido una de mis cursi-fiestas preferidas, aunque debido a esta inconstancia vital en la que me muevo últimamente, si la fecha me pilla ocasionalmente emparejada, acabo preguntándome si, en realidad, tengo yo algo que celebrar.
¿Estoy, lo que se dice, "enamorada", o son las feromonas que despierta en mí mi último capricho? ¿Llegaremos a celebrar, este señor y yo, este día el año que viene? Preguntas sin respuesta que me planteo más ahora que antaño, cuando era joven y despreocupada y la proximidad del 14 de febrero me enloquecía hasta el punto de que inventaba mil maneras de sorprender a mi novio de ocasión con algo que no fuera una bufanda comprada en las rebajas.
Siempre he sido tan loca como imaginativa y recuerdo que lo típico (un regalo procedente de algún centro comercial, luz de velas, cena para dos y música romántica) me parecía poco para mi fuente incansable de recursos e inspiración. Así es que, como mínimo, mis novios disfrutaban el 14 de febrero de un especial "Noche de Fiesta" que empezaba con un sugerente 'striptease' en el salón, seguía con un masaje íntimo (más excitante que relajante) en el sofá y terminaba con un banquete erótico festivo sobre la cama.
Para los que lograban superar el primer año de relación, tenía por costumbre preparar algo aún más arriesgado en nuestro segundo San Valentín.
Una vez que cayó entre semana, recuerdo que nos fuimos a un spa de la sierra y, aprovechando que no había nadie más que nosotros, nos dimos a los juegos de manos en el jacuzzi y a los de entrepierna en el baño turco... Pero lo normal es que citase al interesado en mi casa y, nada más entrar, empezase una liturgia de juegos del tipo:
—"¿Has visto lo que me he comprado para ti?", antes de quitarme la ropa y quedarme vestida con corpiño, liguero, medias y poco más (chicas, el liguero y las medias no fallan).
No voy a marcarme el farol de que siempre me ha salido bien. A veces, mis ideas no han tenido el éxito de público que, a lo mejor, merecerían.
Como aquella vez que decidí depilarme el vello púbico y darle una forma estratégica, para después teñirlo de color rosa y pintarme sobre el vientre dos orejitas con mi lápiz de ojos negro. Aquella noche, cuando Ramón, mi novio de turno, me quitó las braguitas se quedó perplejo y reculó como un manso hacia toriles.
—"¿Qué pasa? ¿No te gusta?". La pregunta era más bien retórica, porque su erección, más que aumentar, menguaba.
—"Nena... ¿No había otro color? Es que es como follarse al conejito de Duracell". La verdad es que mi intención había sido dibujar el de Playboy, pero tamaña reacción fisiológica era indiscutible. Claramente, Ramón no era partidario de las pilas alcalinas ni de la histórica revista.
La verdad es que, ahora que lo pienso, el San Valentín más surrealista que he celebrado en mi vida fue una especie de gymkana erótica que monté en mi casa para Andrés, un novio con el que me acababa de reconciliar después de unos meses de bronca y distanciamiento.
Con todo mi amor y buena intención, le preparé una especie de búsqueda del tesoro por toda la casa, con mensajes cifrados, pistas, pruebas y pequeños premios (unos preservativos, un antifaz, unas esposas de peluche, una fusta de goma...) que anticipaban el premio que obtendría si llegaba hasta el final: una noche de sexo desenfrenado y la posibilidad de atarme, desatarme y hacer conmigo lo que quisiera.
Estuvimos dos horas dando vueltas de habitación en habitación, mientras él se devanaba los sesos pensando dónde habría escondido el siguiente regalo y se esforzaba gallardamente en conseguir la próxima pista a base de superar pruebas básicamente sencillas, del tipo: "Tienes que lamerme los pezones hasta que me arranques gemidos de placer", "Tienes que acariciarme el clítoris por encima de la ropa, con la mano izquierda y los ojos cerrados, y lograr que tenga un orgasmo", "Tienes que adivinar qué sabor tiene el gel lubricante que me he puesto sin olerme ni chuparme"... Fácil, ¿no?
Andrés iba y venía cumpliendo con sus pruebas y descifrando enigmas por toda la casa, pero creo que, en lugar de sentirse protagonista del juego y merecedor de una recompensa que (ganase o no) pensaba darle, empezó a quemarse y a sentirse utilizado. Así es que, cuando llegó a la prueba que decía: "Tienes que dejar que te acaricie el culito con el dildo", me miró desencajado, se puso el abrigo y se largó por la puerta mientras bramaba:
—"¿Ves, Pandora? Por eso nuestra relación no funciona: porque quieres que adivine qué te pasa sin preguntar, que te dé placer con los ojos cerrados, que esté todos los días detrás de ti como un perro faldero y encima pretendes que deje que me des por culo... ni hablar". No sé por qué, pero aquello me sonó parecido al lamento de muchas mujeres...
Así es que, este año ni gymkana erótica, ni conejito rosa, ni ropa interior sexy, ni 'striptease' ni masaje. He llamado a un joven follamigo que entretiene mis noches ocasionalmente para explicarle que, aunque amor (lo que se dice amor) no es que haya entre nosotros, es de justicia divina que este domingo me sorprendan a mí. Así es que ahí le he dejado pensando previa promesa de que, por una vez, voy a ser dócil y buena, voy a portarme bien y no pienso quejarme...
¡La semana que viene os cuento!
Gracias:
Pandora Rebato
http://www.elmundo.es/elmundo/2010/02/09/gentes/1265727275.html
♪♪♪♪♪
No hay comentarios.:
Publicar un comentario