LA CAMA DE PANDORA
RELATO DE CAMA
(Ilustración: Luci Gutiérrez)
Sexo de contrabando
Se está poniendo complicada la seguridad en los aeropuertos estadounidenses.
El asunto de los escaneres de personas me tiene intrigadísima, porque no sé si se podría repetir un viaje como el que hicieron este verano Carmen y Elena, que fueron a pasar unos días a Miami. La idea, en principio inofensiva, era visitar a unas amigas que dan clase de flamenco en una de esas macrorresidencias de la tercera edad, pero la pobre Elena volvió abochornada porque Carmen, una vez más, la lió parda.
Y es que no se le ocurre una idea buena a esta chica, pero aquélla casi acaba con las dos detenidas en Barajas antes de despegar, y en el JFK de Nueva York nada más poner los pies en territorio americano. Creo que, si en lugar de ser agosto llegan a viajar ahora, las hubieran encerrado directamente en San Quintín.
No era la primera vez que viajaban a Estados Unidos, pero a Carmen le picaba la curiosidad de violar un par de leyes y, para empezar, intentó cruzar el arco de seguridad del embarque de la T4 con unas bolas chinas puestas. Pero es que mi Carmen no gasta cualquier cosa, no... Para la ocasión decidió ponerse unas bolas "vintage" ¡metálicas!, y con ellas, tan ricamente, se fue al aeropuerto.
Os podéis imaginar la cara del tipo de seguridad cuando, una vez se quitó los zapatos, el cinturón, los anillos, los pendientes, el reloj y todo lo demás, el dichoso arco montaba tanto escándalo cuando pasaba como si intentara salir del país con un alijo de uranio empobrecido.
Al final, ante el bochorno de la pobre Elena, vinieron dos policías nacionales (uno de ellos mujer), y se las llevaron a una sala para proceder al cacheo. Allí, antes de que la agente le metiera mano, Carmen "cantó" y se sacó con sus manitas las bolas, ante el rostro estupefacto de la uniformada. Cuando salieron del cubículo, Elena no sabía cuál de las dos estaba más colorada.
—"¿Y qué pasó con las bolas?", le pregunté a la pobre cuando me llamó para contármelo.
—"Ya la conoces. Cuando pasamos el arco, se fue al baño a lavarlas y a ponérselas otra vez".
Me cuadra, porque cuando fuimos la primera vez a Estados Unidos, a la señora le hizo mucha gracia que en la hoja verde de inmigración indicara que estaba prohibido entrar en el país con "objetos obscenos", y se puso a interrogar al sobrecargo (con el que llevaba todo el vuelo intentando ligar) al respecto.
—"¿Se refiere este punto, por ejemplo, al vibrador que tengo en la maleta? ¿O a las revistas eróticas que he visto comprarse a aquel señor de la tercera fila? Puede que en América les parezca obsceno el conjunto de ropa interior de gasa transparente que llevo...¿Cree que me pueden detener o deportar por eso?".
Os podéis imaginar que yo escuchaba la conversación haciéndome la dormida, pero a Elena no le hizo ninguna gracia que, esta última vez, no se conformara con hacerse la simpática y probara la eficacia del servicio de inmigración estadounidense.
—"Oye, ¿puedes llevarme esto en tu bolso de mano?", le preguntó pasándole un misterioso objeto envuelto en una toalla de bidé.
—"¿Qué es esto?", y Elena casi se cae al suelo al entrever el glande de plástico de un dildo color violeta. "¿Tú estás loca? ¿Pasaste el bolso por el escáner en Madrid con esto dentro? ¡Llévalo tú, que es tuyo!".
—"No seas así, mujer. A ti no te van a mirar nada, pero a mí, si ya me han abierto la maleta y han encontrado los otros dos juguetes que llevo allí, me detienen seguro".
—"Pero, pero, pero... ¿a dónde vas con tres vibradores, contrabandista de pacotilla?".
—"Pues a morirme de asco en una residencia de ancianos, mira tú ésta...". Y su lógica aplastante zanjó la discusión.
Reconozco que lamento haberme perdido el viaje y las ocurrencias eróticas de Carmen, que no nos dan tregua, y como la curiosidad me pudo, la llamé para reírme un rato con la historia.
—"¿Y qué? ¿Al final te abrieron allí la maleta?".
—"No, lástima. Me habría gustado ver sus caras, pero no ha habido suerte. A la que miraron raro fue a Elena, cuando pasó su bolso por el escáner con mi juguete dentro".
—"Tú estás zumbada, Carmencita".
—"De eso nada, soy una científica. La próxima vez que viaje, voy a probar el vibrador a distancia como el que tú tienes, para ver si, al accionarlo o cambiar de ritmo, hace interferencias con los instrumentos de navegación del aparato".
—"¿Y cómo lo vas a averiguar? ¿Cuando os estrelléis?".
La dejé pensando si es mejor darle el mando a distancia a un auxiliar de vuelo o al mismísimo capitán de la aeronave. Así es que, ahora que lo pienso, creo que la próxima vez que Carmen coja un avión, si llamo a Barajas y digo que llevan abordo a una loca peligrosa armada con un vibrador, en el fondo me lo van a agradecer.
Gracias:
Pandora Rebato
http://www.elmundo.es/elmundo/2010/02/23/gentes/1266936942.html
♪♪♪♪♥
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