LA CAMA DE PANDORA
RELATO DE CAMA
(Ilustración: Luci Gutiérrez)
Un San Valentín orgásmico
Dos días hace que no duermo. No puedo parar de pensar en el regalo de San Valentín que me hizo Carlos, un follamigo al que encargué la arriesgada misión de sorprenderme. Ya lo decía mi padre: "Pandora, ten cuidado con lo que deseas". Porque sorprenderme, lo que se dice "sorprenderme", me sorprendió... Y mucho.
Para empezar, en lugar del domingo, quiso quedar el sábado a cenar y, a los postres, me puso sobre la mesa un paquete.
—"Toma, tu regalo", dijo mientras yo desenvolvía un finísimo antifaz de encaje negro.
—"Es precioso, pero...".
—"Nada de preguntas. Póntelo. Vamos a una fiesta de disfraces".
Me encantó la idea, sobre todo porque ni me acordaba de que el sábado se celebraba el carnaval y porque tengo preciosos recuerdos del baile del Círculo de Bellas Artes. La primera y única vez que fui encontré a un enigmático desconocido que ocultaba su rostro tras la máscara, la capa y el sombrero de Casanova. Fue 100% romántico y 0% erótico, pero todavía se me eriza el vello de la nuca cuando rememoro aquel roce de mejillas y el perfume ligeramente amaderado que capté de su camisa mientras me hablaba al oído.
Cuando el taxi pasó de largo ante el Círculo me quedé mirando a Carlos extrañada.
—"Esta fiesta te va a gustar más", me dijo misterioso mientras metía la mano por debajo de mi falda.
Llegamos a un local en el que no había estado nunca. En la barra, el garito parecía de lo más normal: camareros jóvenes, clientes vestidos de las cosas más variopintas, máscaras, música de radiofórmula... hasta que apareció un señor en chanclas y toalla. Y no era un disfraz. Impelida por una curiosidad voraz (y por las ganas de hacer pipí), decidí ir a explorar por mi cuenta.
—"Oye, tengo que ir al baño. ¿Al fondo a la derecha?".
Y, sin esperar respuesta, me interné en el garito prácticamente a oscuras, cruzándome en el camino, de vez en cuando, con gente que parecía recién salida de la ducha. "Si hay ducha, habrá baño", me dije, y seguí a una pareja, hasta que llegamos a una especie de vestuario mixto.
Yo, que últimamente pensaba que ya no me sorprendía por nada, me quedé un poco traspuesta. Primero, porque allí, mucha ducha y mucha taquilla, pero ni rastro del vater y, segundo, porque había media docena de botes de colutorio en los lavabos, como si los usuarios (que andaban por allí medio en pelotas) se lavasen los dientes compulsivamente. "Lo del nudismo debe dejar mal sabor de boca", pensé mientras preguntaba a una chica que se quitaba alegremente las bragas.
—"El baño está justo al otro lado. Tienes que rodear el jacuzzi".
Seguí sus indicaciones y me topé de bruces con la piscina de burbujas. Allí, sentado en el borde, un joven disfrutaba de las habilidades felatorias de dos cariñosas amigas. Fuera del agua, un señor de cierta edad muy bien dotado recibía idéntica atención por parte de una rubia, más o menos de su quinta (¡por fin entendí lo del enjuague!).
Algo más allá, en una especie de sofás que distinguí al fondo, varios grupos de personas se acariciaban muuuuuy íntimamente, protegidos por la semipenumbra del local. Y, cuando mis ojos se acostumbraron a la oscuridad, descubrí que había gente follando por todas partes.
Por un momento me sentí una mirona disfrutando distendidamente del panorama, pero a nadie parecía importarle. "Olé mi Carlos. Esto sí que es una sorpresa"...
Una pareja, que me hacía señas para que me uniera a ellos, me sacó de mi ensimismamiento.
—"No, no me puedo quedar con vosotros. Es que he venido con un amigo. Si yo sólo estaba buscando el servicio...", me escabullí hacia la que (por fin) parecía la puerta del baño. Pero no. Resulta que era una especie de mazmorra de sado, donde una chica montada en una suerte de columpio era penetrada por varios de sus orificios al mismo tiempo.
Alrededor, un grupo de personas, animadas por el espectáculo, se masturbaban y se acariciaban sin perder detalle. Nada más entrar, varias manos se encontraron con mis tetas y mi culo y, no sé cómo, mientras me zafaba de ellas, me topé con Carlos.
—"¡Por fin te encuentro! ¿Sabes que todavía no he ido al baño? Oye, sácame de aquí, que me están metiendo mano".
—"No puedes andar sola por ahí, Pandora", me abroncó con suavidad mientras recorríamos juntos las instalaciones recreando la vista con lo que no iba a disfrutar de ninguna otra manera (una es desinhibida, pero no tanto). El jacuzzi (donde el trío de las felaciones seguía incansable), el pasillo francés, la cama redonda, el cuarto oscuro, la pista de baile, el columpio, las duchas... no recuerdo haber recibido en mi vida una acumulación mayor de estímulos sexuales. Tantos, que creo que voy a tener empacho durante unas cuantas semanas.
Mentiría si dijera que me volví a casa como llegué, sin paladear del todo la sorpresa de mi amante. Eso sí, puedo asegurar sin miedo a equivocarme que, pudiendo follar tranquilamente donde quisiéramos, fuimos los únicos de la fiesta que nos desfogamos de pie haciendo equilibrios en el baño. Confieso que no fue sólo por pudor, es que creo que era el rincón en el que había menos restos de ADN.
El próximo San Valentín, como mucho, flores y bombones.
Gracias:
Pandora Rebato/elmundo.es
http://www.elmundo.es/elmundo/2010/02/16/gentes/1266331216.html
♪♪♪♪♪
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