Relato de verano
(Ilustración: Luci Gutiérrez)
Estilismos arriesgados
Hasta que Genaro, en camiseta y calcetines, calificó con una matrícula de honor la calidad de mis partes bajas, yo nunca le había prestado mucha atención al envejecimiento de mi 'asunto'.
Sí es cierto que, en contra de la opinión de algunas de mis amigas (sobre todo de Patricia, que es un poco reacia a mis neuras), en otras etapas más inseguras de mi vida me he sometido a determinados procesos de metamorfosis que, por lo visto, no mejoraban mucho el resultado original. Como, por ejemplo: tatuajes temporales, agresivas depilaciones parciales, de fantasía, integrales...
El día del último experimento, por cierto, cuando salí del gabinete de estética (con la sensación de que abandonaba el del doctor Caligari), fui a la fiesta de Enrique, me encerré en el baño con Marta, me bajé las bragas y le pregunté:
- "¿Qué te parece?". La cara que me puso la pobre me disuadió de enseñárselo al resto de mis amigas. "¿Tan mal está?".
- "No" -balbuceó- "Es que no es natural, parece el de una niña, pero mucho más grande".
Después de eso (y tras comprobar que a Gustavo, que ya se había quejado en otras ocasiones porque "no veía nada", no le causaba la menor impresión ver que había desaparecido todo el vello) me tiré dos meses rezando para que volviera a salirme como siempre: negro, rizado, espeso...
¿Por qué lo hice? Pues ahora, casi dos años después, reconozco que no lo sé. Por aburrimiento, quizá; por cambiar, quién sabe... o por darle a aquel tonto insensible una razón para tomarme por lo que no era: una desinhibida diosa del sexo.
Ahora recuerdo que, entre tirón y tirón de cera, la estilista que me depilaba distraía mis dolores explicándome que a muchas de sus clientas se lo pedían sus parejas porque el vello les parecía feo, antiestético, antihigiénico y no sé cuántas tonterías más. Yo creo que cuando una hace el mantenimiento de su espeso bosquecillo regularmente, el vello es como ese telón de los teatros que guarda celosamente el secreto de la obra que va a comenzar.
Me he propuesto a mí misma que la próxima vez que (estando en perfecto estado de revista para cualquier humano agradecido como Genaro) alguien me tuerza el morro porque no le gusta el vello o porque mi sexo no se parece al de Lucía Lapiedra, pienso decirle que la tiene pequeña, o fea, que no se acerque a mí con ese pellejo colgando o que si a eso le llama testículos. A ver dónde le reconstruyen la autoestima al individuo...
Gracias:
Pandora Rebato
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