LA CAMA DE PANDORA
SEXY RELATO
A raíz de lo que está sucediendo con la Iglesia y los abusos sexuales a menores (que no olvidemos, es delito), por no hablar de las tropelías del fundador de Los Legionarios de Cristo, leo que la prensa se replantea si el celibato es o no es sano. Independientemente de lo que opinen los expertos, yo creo que la abstinencia absoluta y el control sofocado de los instintos básicos bueno, lo que se dice bueno, no puede ser.
No me corresponde a mí teorizar sobre lo que deberían hacer los hombres y las mujeres consagrados a la Iglesia, pero creo que si Dios puso ahí ese instinto, por algo sería, digo yo... Pese a haber pasado toda mi infancia en colegios de monjas (ya habrá algún gracioso que dirá que por eso estoy tan salida...) mi relación con el clero ha sido siempre cercana, pero no íntima.
Los primeros recuerdos que tengo del cura de mi colegio son, como los de todas mis compañeras, de amor platónico. Era alto, joven, simpático y, sin menoscabo de su incipiente calvicie, también era guapo y, como nos perdonaba todo con alegría y discreción (faltaría más), nos tenía locas. De hecho, creo que íbamos a misa más por alegrarnos la vista que por devoción.
A alguna observé, de entre las chicas mayores, que se remangaba la falda hasta donde las piernas pierden su casto nombre cuando se sentaba en primera fila durante la Eucaristía (en mi colegio, el primer banco no tenía reclinatorio). Así es que, cuando vi el cruce de piernas de Sharon Stone en Instinto básico, entendí por qué el pobre hombre sudaba a chorros, le temblaba todo al darnos la comunión, e insistía en que la tomáramos en la mano, en lugar de en la boca. Si es que El pájaro espino ha hecho mucho daño... En cualquier caso, reconozco que, entre los pecadillos de mis confesiones semanales, nunca incluí la masturbación. No porque no la practicara, sino más bien para que él no me preguntara en quién pensaba mientras me acariciaba (¿os imagináis el bochorno?) y, además, ¡qué demonios! porque algo tan delicioso no puede ser pecado.
Y es que, no se puede negar que hay curas a los que, más que pedirles la bendición, entran ganas de levantarles las sotanas. Que Dios me perdone, pero es cierto. De hecho, hace unos años salió un magnífico calendario de apuestos religiosos, entre los que destacaba un joven monaguillo de la Semana Santa sevillana, que tengo colgado todavía en mi cocina. Ya que como almanaque no me vale de nada, a lo mejor me sirve para ganarme indulgencia o, como mínimo, para alegrarme la vista.
Los ejemplos son inagotables. Había hace tiempo un programa en televisión, supongo que sería en La 2, presentado por un sacerdote guapísimo que parecía un "chico Martini", pero con alzacuellos. Como me pilló en la época en la que mis hormonas tenían vida propia, confieso que me enganché a su espacio nocturno y me quedaba embobada mirando (que no escuchando) al padre, y seguro que alguna que otra historia con final feliz protagonizó en mi cabeza.
Cuando el Papa Juan Pablo II falleció y se convocó el cónclave que nos trajo a Benedicto XVI, recuerdo que en mi casa hacíamos campaña explícita por el cardenal Carlo María Martini, a la sazón jesuita, que siempre ha abogado (entre otras cosas) por la secularización del clero: por permitir que los sacerdotes puedan contraer matrimonio.
Y digo yo... ¿no habría más vocaciones? ¿No nos evitaríamos bochornos como el de aquel sacerdote que ofrecía sus servicios sexuales por internet? (aunque ése lo que quería era pasta) ¿No habría sido más honesto permitir desde el principio el matrimonio de los hombres de Dios que esconder las archiconocidas relaciones entre algunos curas y sus amas de llaves o sus “primas”?
Muchos pueblos de España están llenos de historias como ésas. Una vez, incluso, mi padre me presentó a un tipo como “hijo del cura", y se quedó tan ancho. En otra ocasión, una tía de mi madre me contó que, hace un millón de años, cuando iban a misa en verano, el sacerdote se les acercaba a reñirlas:
-”¡La manga al pulso (a la muñeca)!”. Pero el mismo cura tuvo que rendir cuentas después por no sé cuántos embarazos de piadosísimas feligresas que entraban hasta la sacristía y se subían la falda, eso sí, con los brazos castamente cubiertos del hombro a la muñeca.
Aunque claro, en algunos casos puntuales parece que hemos evolucionado... relativamente. Por ejemplo, Julia me apunta que un amigo suyo se lio con un cura y vivía las Semanas Santas entre los fieles, cardiaco perdido, y gritando cual grupie en un concierto de Barbra Streisand. Se da la circunstancia de que, al citado cura le pillaron el coche aparcado en Chueca y, según mi jefa, el obispado le llamó, pero no para darle un toque de atención... sino para recomendarle que, por favor, fuera más cuidadoso a la hora de aparcar su vehículo. Ejem...
En la Iglesia católica ha habido siempre curas amancebados (muchos Papas incluso tenían hijos), pero ahora sólo se permite el matrimonio de los sacerdotes tránsfugas procedentes de la Iglesia Anglicana que vengan ya con la esposa puesta (todo un agravio comparativo para los curas católicos de toda la vida).
Mientras el Vaticano decide si se dedica a pedir perdón eternamente o se adapta a los nuevos tiempos, yo, que siempre he sido muy obediente, aplico con religiosidad (nunca mejor dicho) el consejo que me dio una de las monjas de mi colegio, tras incorporarse a clase después de serle practicada una histerectomía.
-”Hermana, ¿por qué las monjas se tienen que operar de eso?”, le preguntamos en vista de que ya habían faltado tres o cuatro religiosas por el mismo motivo.
-”Hijas, pues porque lo que no se usa, se pudre. Así es que ya sabéis...”.
Amén, amén.
Gracias:
Lucy Gutiérrez
http://www.elmundo.es/blogs/elmundo/lacamadepandora/2010/07/01/con-sotanas-y-a-lo-loco.html
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