LA CAMA DE PANDORA
'¿Un amante de peluche?'
Ilustración: Luci Gutiérrez |
¡¡¡¡Halaaaaaaa!!!! Otro mito por los suelos. Por los suelos no, en el inframundo, bajo la corteza terrestre. Atentos todos los que tenéis treintaitantos años y merendabais pan con chocolate viendo Barrio Sésamo: que sepáis que los teleñecos follan. Anda que si follan… Follan como locos, los muy canallas. Y, además, unos con otros, sin importarles lo más mínimo si uno es un monstruo peludo y el otro una rana. Y sin condón. Que lo he visto yo.
Las marionetas están revolucionadas y están alterando al personal. Por ejemplo, los programadores infantiles de una cadena de televisión estadounidense han censurado un vídeo musical de Katy Perry con Elmo porque la cantante humana vestía muy provocativa y sus movimientos eran lascivos e insinuantes. Así es que ella ha contestado vengándose en otro programa en el que apareció luciendo una camiseta del personaje con un escote que más bien parecía un escaparate. ¿No quieres caldo? Pues toma dos tetas, digo... dos tazas.
Está claro que los muppets han crecido, igual que la generación que nos quedábamos embobados ante la tele viéndolos. Por ejemplo, el otro día fui con Carmen y Martín Lobo al estreno de Avenue Q (léase “aveniu quiu”) en el Teatro Nuevo Apolo de Madrid, y fui testigo del estirón que han pegado los muñecos. Os confieso que no tenía ni idea de qué iba a ver. Es más, al toparme precipitadamente con el cartel en una marquesina de autobús, pensé que me llevaban a un espectáculo infantil, pero qué va… Nada más lejos.
Se trata de un musical para adultos en el que hay personajes interpretados por actores de carne y hueso y marionetas, manejadas también por actores de carne y hueso (obviamente) que les prestan su voz y su expresividad, pero de cuya existencia te olvidas tras los cinco primeros minutos.
En realidad, la historia es lo de menos (un chico que busca sentido a su vida aterriza en un barrio pobre de Manhattan donde viven unos vecinos que están como cabras). Lo más interesante es lo políticamente incorrecto que es todo. Es una especie de Hyde Park, pero con muñecos de peluche sospechosamente parecidos a los que nos amenizaban el bocata cuando salíamos del colegio.
En Avenue Q, los personajes reconocen que todos somos “un poco racistas” (ejem), que les gusta el porno (bien), que se masturban como locos (fantástico), que practicar sexo sin amor no es malo (¡aleluya!), pero que queriéndose es mejor (aceptamos pulpo...). Y, atención todos, que aquí viene lo más interesante: hay una marioneta ¡que sale del armario!
Este personaje, sospechosamente parecido a Blas, comparte piso con una suerte de Epi que no tenía la más mínima intención de abandonar el ropero, básicamente porque nunca había estado en él, pero que aceptaba la homosexualidad de su amigo con mucha más alegría que él mismo.
Flipante… ¿alguno de vosotros había pensado alguna vez que entre Epi y Blas podía haber una historia de amor gay? ¿Nos hubieran dejado ver nuestros padres Barrio Sésamo en aquella época si hubieran sospechado una relación de ese tipo? ¿Es nuestra generación deudora de una educación sexual precoz con notas subliminales de homosexualidad? Y lo que me tiene en un sin vivir desde el otro día: ¿Era la cerdita Peggy una cazanovios o una comehombres? ¿Y por qué era una cerdita y no una figura del estilo de Jessica Rabit? ¿Y Pitufina? ¿Se lo montaba con todos aquellos duendecillos azules ella sola?
Cuando salimos de la función, Martín Lobo tenía lágrimas en los ojos.
-“No sabéis qué alivio, chicas. Ha sido un momento de catarsis que no experimentaba desde que visité mi primera sauna gay… Deberían venir a verla todos los colegios. Es más: deberían ponerlo en la tele”. Confieso que me atraganté al escuchar semejante idea (que tan mala no es, ojo), pero sobre todo porque cuando abandonábamos el teatro oí comentar a un chico joven y guapísimo detrás de mí:
-“¡Joder con los muñecos! Yo ni siquiera conocía todas esas posturas…”. Y yo, que no sé controlar mi curiosidad malsana, me di media vuelta y le pregunté:
-“¿Cuál te falta?”. Se le pusieron los ojos como platos y sus preciosos labios se estiraron hasta dibujar una sonrisa mientras las carcajadas de sus amigos terminaron por ruborizarnos a los dos.
No, no me he acostado con él (todavía). Y, aunque por la edad que me dijo que tenía me da a mí que éste no ha visto Barrio Sésamo, estoy convencida de que lo echas boca arriba encima de la cama y ya sabe para lo que es (no seamos mal pensados, ¿eh? Está nueve años por encima del Código Penal). Así es que, como tengo su teléfono, creo que voy a llamarle para quedar con él un día y, de una manera más íntima y personal (ni al estilo de Súper Coco ni al de Pocoyó, al mío), enseñarle la diferencia entre dentro y fuera, arriba y abajo, rápido y lento, fuerte y flojo, por delante y por detrás…
Gracias:
Lucy Gutiérrez
http://www.elmundo.es/blogs/elmundo/lacamadepandora/2010/09/30/un-amante-de-peluche.html
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