lunes, 18 de octubre de 2010

LA CAMA DE PANDORA

'Adivina qué tengo en la lengua...'

Ilustración: Luci Gutiérrez
A la vuelta de las vacaciones de verano, Laurita viene con un capricho nuevo: hacerse un piercing en la lengua. Ya tiene uno en la ceja y otro en el ombligo, y aunque en su día me costó horrores detener ahí su ansia perforadora, ahora resulta que su vida “no tiene sentido” (cito textualmente) si no se coloca dos bolitas unidas por un vástago en la punta de la lengua.

¿Y por qué? Pues al parecer, una amiguita del barrio, de esas que hasta la madre de los Dalton calificaría inequívocamente como “malas compañías”, se ha agujereado el citado apéndice y asegura que sus felaciones son ahora gloriosamente celebradas.

Por supuesto yo no tengo nada en contra de que una mujer aprenda todas las técnicas posibles para hacer disfrutar a los hombres, y viceversa, pero de ahí a agujerearse la lengua porque creas que al otro le va a gustar más cómo se la chupas… ¡Coño! Aprende a hacerlo mejor, practica, olvídate de cómo lo hacen en las pelis porno y crea tu propia técnica, ¡innova!

Pero Laura y muchas de su generación son bastante seguidoras de la ley del mínimo esfuerzo y, entre practicar durante una temporada y sentir un pinchazo una décima de segundo, no me cabe la menor duda de lo que va a elegir.

Así es que me he visto en la obligación de confesar uno de mis secretos mejor guardados.
-“¿Sabes que yo tuve un piercing en la lengua?”. Laurita abrió los ojos como platos, entre alucinada e incrédula.

-“No me fastidies, ¿y por qué ya no lo llevas?”. Y ahí viene lo increíble:

-“Porque mi novio no se dio ni cuenta de que me lo había puesto”.

-“Qué dices, tía. No puede ser. Tenía que darse cuenta, no me jodas…”.

Pero no, lamentablemente, aquel sujeto ni se percató de que me había hecho perforar mi querida lengua con el único propósito de darle más placer.

No hacía mucho que salíamos juntos, pero ya me había contado como unas 200 veces lo bien que se la chupaba su ex novia con el súper piercing de acero que se había colocado, de lo mucho que le gustaba pellizcar sus pezones perforados con sendos aros y del morbo que le daba mordisquearle el que se colocó en el clítoris. Yo a veces me preguntaba si su ex no sería masoquista o tendría complejo de alfiletero.
-“No es que tú la chupes mal, Pandora, al contrario. Precisamente por eso, si tuvieras un piercing puesto, ya sería una locura”, me dijo. Y yo, que era bastante joven y estaba obnubilada por su pasado de revienta bragas (y no quería ser menos que nadie, todo hay que decirlo), decidí que le haría ese “regalo”.

Así es que, aprovechando que no nos veríamos durante la Semana Santa y contra el criterio de mis padres decidí perpetrar el lengüicidio. Dentro de lo que cabe, no lo pasé tan mal. Sólo se me inflamó la lengua como un solomillo, la infección me dio fiebre y el colutorio con antibiótico me abrasó las papilas gustativas. Tardé en volver a comer sólidos una semana y media y durante varios días nadie sabía que estaba quejándome del dolor, básicamente porque no se me entendía cuando hablaba.

Pero bueno, cuando volví a verle, mi lengua cabía de nuevo dentro de mi boca y todo parecía normal, así es que opté por regalarle una velada silenciosa (para que no viera mi pendiente) e hice todo lo posible para que nos fuéramos cuanto antes a la cama.

Al principio pensé que lo estaba notando, aunque sólo fuera porque el piercing era metálico y creí que lo sentiría frío. Pero aquel tipo debía de tener un callo en el pene, porque aunque jugueteé con mis mejores artes a lo largo del tronco de su miembro, en el glande y entre sus testículos, él hizo lo de siempre: suspirar un poco, ponerme la mano en la cabeza (no hay cosa que más odie que eso, por cierto) y tratar de asfixiarme con su pene metiéndomelo hasta las amígdalas.

-“¿Qué te parece?”, le pregunté cuando conseguí zafarme.

-“Como siempre, cariño. Bien, pero… ya sabes lo que siempre te digo de…”. De pronto me sentí ridícula, estafada, abochornada y rabiosa.

-“¿De los piercing en la lengua? Me apuesto contigo lo que quieras a que en realidad ni te enteras si te la chupan con uno de esos puestos”. Tenía una buena mano y jugaba a ganador.

-“¿Qué dices? Anda, anda… Claro que te enteras. ¿Me lo vas a decir a mí?”.

-“Con lo que te gustan a ti los agujeritos esos… ¿Nos jugamos que te pones tú un piercing en el pene?”. Y después de carcajearse un rato y decir que conocía a un par de tipos que lo tenían y contaban maravillas, aceptó el muy mamón.

...

-“Aproveché el día que fue a pagar su apuesta para acompañarle y, cuando se secaba dos lagrimillas traicioneras por el mal rato, el dolor y la impresión, me quité el pendiente de la lengua, lo tiré a la papelera y corté con él”. Laura no daba crédito.

-“¿Cómo que cortaste con él? ¿No llegaste a probar cómo se folla con eso puesto ahí abajo?”.
En realidad he preferido no contarle a la hija de mi portero toda la verdad. Por supuesto que me dio morbo echar un polvo de esta guisa. Así es que nos fuimos a casa con nuestros piercing puestos y, unas semanas después, cuando se le bajó la inflamación y estuvo practicable, antes de probar su nuevo complemento, dediqué unos minutos a acariciarle con el mío, con tan mala suerte que nos quedamos momentáneamente enganchados.

El rifirrafe no duró más que unos segundos, pero vi el terror en sus ojos y él el pánico en los míos, así es que, cuando logré desatornillar mi pendiente y quitármelo con toda la delicadeza de que fui capaz, mis dos bolitas y el vástago fueron a parar a la basura y el arito con el que había perforado su miembro les hizo compañía.  

No sé a él, pero a mí se me cerró el agujero rápidamente y, salvo por la cicatriz que tengo debajo de la lengua, sólo me acuerdo de aquel episodio cuando alguno de mis amantes me felicita por lo bien que hablo el lenguaje del sexo oral.

Como le digo a Laurita: sólo es cuestión de práctica.

Gracias:
Luci Gutiérrez
http://www.elmundo.es/blogs/elmundo/lacamadepandora/2010/09/16/adivina-que-tengo-en-la-lengua.html
♪♪♪♪♪

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