martes, 2 de noviembre de 2010

LA CAMA DE PANDORA
'Prometeo me tiene ganas'

(Ilustración: Lucy Gutiérrez)
¿Habéis oído el chiste ese que dice “el gato es mío y me lo follo cuando quiero”? Pues parecido, sólo que en mi caso el gato es mío, cierto, pero yo sólo follo cuando él quiere. Y es que Prometeo está ¡celoso! La cosa es que yo no le he visto hacerse tocamientos en mi presencia, y nunca se ha atrevido a aproximar su hocico a mi zona cero con malignas intenciones (¡hasta ahí podíamos llegar!), pero aún así me alegro de que el animalito está castrado.

En realidad ya me había dado cuenta de que lleva algún tiempo evitando a cada nuevo caballero que entra en mi casa, pero anoche se pasó ocho pueblos. Antes, el gato espía, que cuando Carmen vivía de alquiler en el otro apartamento que hay en mi descansillo, se pasaba la vida de su casa a la mía, salía a saludar a todos los hombres que recalaban allí. A los de Carmen y a los míos. ¡La de historias que podría contar si hablara!

Cuando Carmen se mudó y me dejó al gato, Prometeo continuó haciéndose visible para todos mis amantes. Normalmente salía a recibir a la puerta, olisqueaba el vino o la copa que les ofrecía y no paraba de pasearse elegantemente sobre nuestros primeros besos y caricias hasta que parábamos un segundo y le dedicábamos alguna a él. Pero de un tiempo a esta parte, rehuye estos compromisos sociales y hace cada cosa...

Por ejemplo, una vez estaba en mi dormitorio con un amigo al que Prometeo no había querido recibir, cuando en el empujón número 87 se subió al colchón y empezó a pasearse entre nuestros cuerpos, olisqueándome la cara y acariciando con la cola (la de atrás), las piernas de mi amante. Al final, para más seguridad y en vista de que es un bicho escurridizo (no las tenía todas conmigo de qué podía hacer si le asustaba cuando tuviera un orgasmo), decidimos levantarnos de la cama y terminar lo que estábamos haciendo en el baño.

Pero vamos, que no fue solución porque... ¿qué es el agua para el 007 de los felinos? No hace mucho me ofrecí para cumplir el sueño de un amigo reciente de echar un polvo bajo la ducha (y eso que no es mi sitio favorito). Así es que nos metimos bajo mi estupendo rociador de techo, y bien sujeta a los agarradores que coloqué este invierno (si practicáis el sexo así es una medida básica de seguridad que además os permite adoptar posturas inverosímiles, creedme, yo tengo la pared de la ducha como un rocódromo), rodeaba su pelvis con mis piernas igual que un mono araña, cuando vi a Prometeo con las patas de delante y la nariz pegados al cristal de la mampara. Me pregunto si entenderá algo el pobre animal. Porque los gorilas del zoo entienden, vaya que si entienden. Hace unos años hicieron el experimento de ponerles una película porno a unos que estaban un poco apáticos y al rato se montaron los bichos una orgía. ¿Estará el sexo en grupo en la naturaleza de los primates? (si es así tengo que proponerme no ir más contra natura).

Yo a Prometeo ni le he invitado ni pienso invitarle a unirse a una de mis fiestas privadas, pero es que el animal ha aprendido a abrir las puertas dando un salto y colgándose del pomo y a veces se persona sin llamar. 

Como aquel día que se comió el lubricante con el que un novio me embadurnaba la puerta trasera en el enésimo intento de franquearla. Cuando al fin logré relajarme (ya he dicho otras veces que no soy muy partidaria de que entren por mi Santa Sede) y él fue lo suficientemente delicado como para conseguir penetrarme por detrás, vi al pobre gato vomitando desencajado todo lo que había comido desde el día en que le cambiamos la leche de gata por pienso.

-”¿Qué haces? ¿A dónde vas ahora? ¡Que la tengo dentro! No me vengas con que te duele, que ni te has 
enterado”. Camino de la clínica veterinaria, minutos después, todavía rezongaba cabreado: “La curiosidad mató al gato... y si no lo mato yo”.

Pero ya veis que no. Yo no sé cuántas vidas le quedan a Prometeo, pero aquel día gastó una. Igual ya está consumiendo un bonus extra, porque sé que algunos de mis follamigos le tienen ganas, como aquel que me hizo vestirme y marcharnos a un hotel porque no se podía concentrar, dijo.

-”El gato me está mirando”. Manda huevos...

-”El gato pone nota, y como no te esmeres más te va a sacar una cartulina con un cero”. Cuando volví del hotel busqué al animalito sólo para decirle: “No estaba mal, gatuno. Apunta un siete”.

Anoche, sin ir más lejos, tuve que interceder por mi felino ante la furia de un muchacho que se levantó de la cama de un salto, con el culo pegado a la pared, como si Prometeo, en vez de un dulce minino, fuese un tiranosaurio rex. Y todo porque estaba olisqueando muy interesado sus pantalones y sus calzoncillos que estaban en el suelo.

-”No te preocupes, no creo que se los quede, no son de su talla. Además, yo se los compro de seda... Y deja de santiguarte; que es un gato, no un vampiro”, bromeé.

Pero no le hizo mucha gracia. Es lo que tiene la alergia al pelo de los animales, que te deja sin erección y sin sentido del humor.

Gracias:
Luci Gutiérrez
http://www.elmundo.es/blogs/elmundo/lacamadepandora/2010/10/07/prometeo-me-tiene-ganas.html
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