LA CAMA DE PANDORA
'Mis pilladas favoritas'
Ilustración: Luci Gutiérrez |
Pobre Laurita, vaya mal rato que está pasando en mi casa porque su padre, Amadeo (mi portero), la ha pillado con las bragas en los tobillos en el sofá de su casa y a Marcos haciéndole tactos linguales donde se unen los labios menores mientras que ella se atragantaba literalmente con el miembro de su novio, tan hinchado que casi no le cabía en la boca. Con lo incómodo que es el maldito 69 y el éxito que tiene, la verdad es que no lo entiendo...
Habían pensado que el padre de la criatura se quedaría a ver el partido de fútbol en el bar con los amigos, pero el bueno de Amadeo, después de ver cómo a su equipo le metían tres goles antes del descanso, se ha vuelto corriendo a casa y se ha encontrado a la niña practicando sexo oral, que no significa exactamente “hablando de sexo”, sino todo lo contrario, porque en esa postura no se puede estar en misa y repicando (algún día hablaremos del dichoso kamasutra y sus mentiras).
El caso es que, mientras Laurita ha corrido a refugiarse en mi casa, Marcos está haciendo lo que yo no he visto hacer a ningún hombre en mi vida: dar la cara con su padre. Y digo que no lo he visto porque a servidora jamás la ha pillado ni padre ni madre en semejante tesitura y únicamente Prometeo podría dar tantos detalles como yo de mis usos y costumbres erótico festivas (si los gatos hablasen, claro).
Y no es porque no se lo haya puesto fácil a mis progenitores, ¿eh? Una vez, por ejemplo, fui con Alfredo al apartamento de la playa y una tarde, mientras ellos dormitaban en el sofá con la película de Antena 3, mi novio y yo hacíamos equilibrios de pie para no dar un concierto de Empujones y Somier Chirriante en Fa menor, en un dormitorio cerrado con un tabique de madera de 1,90 de alto y una puerta corredera de sapeli.
A mi hermana Casandra, sin embargo, la pillaron de la manera más tonta. El que ahora es mi cuñado conoció a mi padre una madrugada cuando se levantó desnudo a lavarse sus cositas al baño del pasillo después de un polvo en nuestra casa presuntamente vacía.
¿Y Ulises? Mi hermano pequeño ha heredado el mismo gen de la inoportunidad que yo, porque no se le ocurrió otra cosa que, en la boda de la hija de unos vecinos, acostarse con la hermana del novio en el hotel donde se celebró el banquete y, en lugar de marcharse inmediatamente después, se quedó a dormir. Al día siguiente se encontró con el padre, la madre, los primos, los hermanos y a las abuelas cuando salía a medio vestir de la habitación de la joven. Histórico.
La pillada es un clásico. Prácticamente todo el mundo tiene una en su haber. Yo, sin ir más lejos, recuerdo una memorable, aquí, en mi propia casa, que le acabo de contar a Laurita para arrancarle una sonrisa.
Fue hace un par de años, cuando celebraba mis 34 primaveras con una fiesta de amigos a la que Elena trajo a Ramón, el nuevo socio del estudio de su padre: un arquitecto increíblemente guapo que hizo muy buenas migas con mi querido Martín Lobo. Se sentaron juntos en el sofá y a los pocos minutos estaban haciéndose confidencias al oído.
Al rato dejé de verlos y pensé que andarían por ahí perdidos en alguna de las habitaciones, así es que hice una inspección rutinaria, más que nada por localizarlos y garantizarles intimidad. Pero no tuve suerte.
Cuando regresé al salón, Carmen me avisó de que se había acabado el hielo y fui a por mi abrigo al armario de la entrada para bajar a por más al chino de la esquina. El caso es que se me unieron en la expedición un par de caballeros que necesitaban tabaco y tres chicas que querían comprar chicles y no sé qué más chucherías. Estábamos todos ya agrupados en la puerta cuando abrí el armario y, aunque sólo fueron dos segundos, tuvimos una visión que nos dejó de piedra.
Ahí estaba Martín, con los pantalones a media pierna y la camisa abierta y Ramón, de rodillas, entre mis botas, mis paraguas y mis chaquetones y mis gabardinas, haciéndole una felación larga, profunda y cariñosa que no sé si me dio más estupor o envidia. Cerré el armario, incapaz de articular palabra.
-”Nunca había visto una polla tan bien comida”, dijo alguien. Y yo, que estaba muy de acuerdo, anoté mentalmente pedirle a Martín Lobo dos o tres trucos para provocarle a mi chico una cara de satisfacción como la suya.
Laurita sigue llorando, pero ahora de la risa. Voy a contarle más pilladas de diverso calibre y condición para que relativice un poco su tragedia. Aunque mucho me temo que su señor padre no estará pidiéndole a Marcos que le enseñe cómo hace disfrutar tanto a su niña únicamente con la lengua...
Gracias:
Luci Gutiérrez
http://www.elmundo.es/blogs/elmundo/lacamadepandora/2010/11/04/mis-pilladas-favoritas.html
♪♪♪♪♥
Habían pensado que el padre de la criatura se quedaría a ver el partido de fútbol en el bar con los amigos, pero el bueno de Amadeo, después de ver cómo a su equipo le metían tres goles antes del descanso, se ha vuelto corriendo a casa y se ha encontrado a la niña practicando sexo oral, que no significa exactamente “hablando de sexo”, sino todo lo contrario, porque en esa postura no se puede estar en misa y repicando (algún día hablaremos del dichoso kamasutra y sus mentiras).
El caso es que, mientras Laurita ha corrido a refugiarse en mi casa, Marcos está haciendo lo que yo no he visto hacer a ningún hombre en mi vida: dar la cara con su padre. Y digo que no lo he visto porque a servidora jamás la ha pillado ni padre ni madre en semejante tesitura y únicamente Prometeo podría dar tantos detalles como yo de mis usos y costumbres erótico festivas (si los gatos hablasen, claro).
Y no es porque no se lo haya puesto fácil a mis progenitores, ¿eh? Una vez, por ejemplo, fui con Alfredo al apartamento de la playa y una tarde, mientras ellos dormitaban en el sofá con la película de Antena 3, mi novio y yo hacíamos equilibrios de pie para no dar un concierto de Empujones y Somier Chirriante en Fa menor, en un dormitorio cerrado con un tabique de madera de 1,90 de alto y una puerta corredera de sapeli.
A mi hermana Casandra, sin embargo, la pillaron de la manera más tonta. El que ahora es mi cuñado conoció a mi padre una madrugada cuando se levantó desnudo a lavarse sus cositas al baño del pasillo después de un polvo en nuestra casa presuntamente vacía.
¿Y Ulises? Mi hermano pequeño ha heredado el mismo gen de la inoportunidad que yo, porque no se le ocurrió otra cosa que, en la boda de la hija de unos vecinos, acostarse con la hermana del novio en el hotel donde se celebró el banquete y, en lugar de marcharse inmediatamente después, se quedó a dormir. Al día siguiente se encontró con el padre, la madre, los primos, los hermanos y a las abuelas cuando salía a medio vestir de la habitación de la joven. Histórico.
La pillada es un clásico. Prácticamente todo el mundo tiene una en su haber. Yo, sin ir más lejos, recuerdo una memorable, aquí, en mi propia casa, que le acabo de contar a Laurita para arrancarle una sonrisa.
Fue hace un par de años, cuando celebraba mis 34 primaveras con una fiesta de amigos a la que Elena trajo a Ramón, el nuevo socio del estudio de su padre: un arquitecto increíblemente guapo que hizo muy buenas migas con mi querido Martín Lobo. Se sentaron juntos en el sofá y a los pocos minutos estaban haciéndose confidencias al oído.
Al rato dejé de verlos y pensé que andarían por ahí perdidos en alguna de las habitaciones, así es que hice una inspección rutinaria, más que nada por localizarlos y garantizarles intimidad. Pero no tuve suerte.
Cuando regresé al salón, Carmen me avisó de que se había acabado el hielo y fui a por mi abrigo al armario de la entrada para bajar a por más al chino de la esquina. El caso es que se me unieron en la expedición un par de caballeros que necesitaban tabaco y tres chicas que querían comprar chicles y no sé qué más chucherías. Estábamos todos ya agrupados en la puerta cuando abrí el armario y, aunque sólo fueron dos segundos, tuvimos una visión que nos dejó de piedra.
Ahí estaba Martín, con los pantalones a media pierna y la camisa abierta y Ramón, de rodillas, entre mis botas, mis paraguas y mis chaquetones y mis gabardinas, haciéndole una felación larga, profunda y cariñosa que no sé si me dio más estupor o envidia. Cerré el armario, incapaz de articular palabra.
-”Nunca había visto una polla tan bien comida”, dijo alguien. Y yo, que estaba muy de acuerdo, anoté mentalmente pedirle a Martín Lobo dos o tres trucos para provocarle a mi chico una cara de satisfacción como la suya.
Laurita sigue llorando, pero ahora de la risa. Voy a contarle más pilladas de diverso calibre y condición para que relativice un poco su tragedia. Aunque mucho me temo que su señor padre no estará pidiéndole a Marcos que le enseñe cómo hace disfrutar tanto a su niña únicamente con la lengua...
Gracias:
Luci Gutiérrez
http://www.elmundo.es/blogs/elmundo/lacamadepandora/2010/11/04/mis-pilladas-favoritas.html
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